No se precisan artes de vidente para determinar hacia dónde se dirige la Mesa Única del Diálogo. Mientras algunos grupos se afanan por imponer cambios políticos que las mayorías ciudadanas han rechazado en las urnas, otros utilizan la oportunidad como trampolín para ambiciones personalistas que nada tienen que ver con los objetivos y las expectativas de las masas nacionales que acuerparon y apoyaron las protestas hace algunas semanas. Para quienes gobiernan, por otra parte, la mesa ha devenido en una simple apuesta por el cansancio generalizado: esperan que, con el paso del tiempo, las urgencias y responsabilidades de la vida cotidiana terminen por disipar la tan temida indignación popular que sumió al país en las más airadas muestras de rechazo y descontento de los últimos treinta años.
En un futuro no muy lejano, cuando se escriba la breve historia de esta espontánea convulsión social, el capítulo dedicado a la mencionada mesa resultará, sin duda alguna, un completo manual sobre todo lo que no deben hacer los “líderes” para trastocar las esperanzas y expectativas en la más deplorable frustración.
No se requiere de la inspirada visión futurista del oráculo para concluir que la nación lamentará la oportunidad perdida en esa mesa; la cual representará una pérdida para todos: para quienes apoyaron las protestas porque sentirán que fueron defraudados en sus anhelos de cambios; y para quienes están sentados a la mesa, porque sus estrechas miras lanzaron por la borda la ocasión de construir un genuino y sólido liderazgo, tan necesarios para el país que confió en ellos.
Cabe aquí preguntarse: ¿alguna vez nos representaron?