El contraste no podría ser más notorio. Mientras que frente a los problemas que golpean con fuerza a grandes sectores nacionales, la nota dominante son los paños tibios y la ausencia de soluciones contundentes; a la hora de afrontar las manifestaciones de descontento popular, la represión y las medidas para aplastarlas son inmediatas y enérgicas. Otra sería la historia de los últimos años si el carácter y la energía que invierten en sofocar el inconformismo social lo aplicaran en la búsqueda de soluciones efectivas a las grandes crisis que aquejan a la nación.
El más reciente foco de descontento se manifiesta, esta vez, en el gremio de los transportistas de carga agrícola en la provincia de Chiriquí, que pide que se congele el precio de la gasolina para toda la población y no sólo para los transportistas. Las medidas de presión han paralizado la entrega de mercancías tanto en las provincias centrales, así como en la capital del país, provocando nuevos aumentos en los precios de legumbres, verduras, frutas y el resto de productos que provee aquella región del país. Los incrementos responden algunos al desabastecimiento provocado y, otros, a la especulación de quienes venden a precio de oro lo que aún tienen almacenado.
Como un virus infeccioso, el descontento se extiende por toda Latinoamérica y Panamá no es la excepción. No son pocos los estudios e informes que vienen advirtiendo de esta situación y de la inestabilidad que provocaría esta marea de creciente insatisfacción social en medio del cansancio y la incertidumbre propias de la pandemia. La estabilidad y la cohesión nacional son puestas a prueba una vez más, y depende de la tolerancia y la habilidad de negociación que no se rompan y terminemos en un escenario lamentable para todos.