No solo hay guerra en Ucrania. No, Ciertamente este es el conflicto que sigue acaparando la atención en todo el mundo, pues ninguno de nosotros escapa al dolor de estómago, aunque no haya comido piña. Si no lo cree, pues dese una vueltita por el supermercado o por la gasolinera. Uno de esos tantos enfrentamientos muy presentes en el orbe no se caracteriza por grandes bombardeos, ni mucho menos es una guerra declarada, pero Israel e Irán no se dan tregua desde hace décadas. Es una bomba de mecha larga y chispa lenta, pero uno no sabe en qué momento puede explotar. Hasta ahora, los contendientes han preferido alargar la mecha.
¿Y desde cuándo están inmersos y por qué esa pelea soterrada?
Pongamos el casete en reversa hasta 1979. En febrero de ese año, triunfó la Revolución islámica del ayatolá Ruholá Jomeini en Irán. La caída del régimen del sha Mohamed Reza Pahlevi, estrecho aliado de Estados Unidos y que también tenía buenas relaciones con Israel, cambió las cosas. Fue como si usted pateara el tablero de ajedrez. El fervor del triunfo del máximo dirigente del chiismo (una de las dos grandes ramas en que se dividió el islam en el siglo VII) implicó la ruptura de relaciones con Washington y Tel Aviv. El “gran satán” y su enemigo regional -respectivamente-, según los dictados de Jomeini.
El ayatolá odiaba abiertamente a Estados Unidos por su apoyo político, militar y económico a la monarquía. A Israel también por sus vínculos con esta y por la ocupación de territorios árabes, entre ellos el sector oriental de Jerusalén (que para los musulmanes constituye el tercer lugar santo después de La Meca y Medina). Líbano, primer escenario. Entonces, combatir la influencia de los “infieles” en el Oriente Medio entró en la lista de objetivos primordiales de la Revolución islámica.
Y es en el Líbano donde el Irán de Jomeini lanza el primer desafío allende sus fronteras. En aquel 1979, el País del Cedro estaba inmerso en una brutal guerra civil que dividió más el mosaico político-religioso. En el conflicto metieron mano otros actores foráneos, entre ellos Israel, el vecino del sur; Siria, que procuraba mantener su poder de facto en el pequeño Estado multiconfesional… y apareció Irán. O sea, parió la abuela. Israel intervino en el conflicto con el fin de expulsar a las fuerzas palestinas, refugiadas en el sur del Líbano y desde donde lanzaban ataques armados.
Los chiitas libaneses, alentados por el triunfo de Jomeini, se unieron y armaron para enfrentar la ocupación de Israel. Para el nuevo régimen en Teherán, apoyar con armamento, dinero y entrenamiento a sus correligionarios era la primera oportunidad para demostrar su objetivo de expandir su influencia en el mundo árabe. Supongo que han oído hablar de Hezbolá (Partido de Dios). Bueno, pues esta organización es quizás la primera hija de la revolución de Jomeini en la región. Nació con el impulso de los Guardianes de la Revolución, que le proveyó adiestramiento militar.
Pero Hezbolá es mucho más que una milicia. Cuando la guerra civil acabó, en 1990, fue el único grupo armado que siguió como tal, hasta el presente. Inclusive, posiblemente es más poderoso que el Ejército del Líbano y nadie se ha atrevido a quitarle el armamento. Con el apoyo económico de Irán, cuenta con una amplia red de asistencia social -centros de salud, escuelas y otros-, con lo cual la organización mantiene una cuota política que le ha permitido ser también un actor clave, si bien en las recientes elecciones legislativas, en mayo perdió el poder y ya no será la fuerza dominante del parlamento
El otro campo de acción es el militar. Hezbolá encuentra entre sus beneficiarios de la ayuda social a muchos de los conscriptos para su milicia, que no solo se ha enfrentado con Israel -y lo forzó a retirarse del sur del Líbano en 2000-, sino que es hoy un protagonista de la guerra en la vecina Siria. Dicen que amor con amor se paga. Ajustando la expresión, digamos que Hezbolá retribuye a su gestor iraní por la ayuda que recibe (en el 2020, el Departamento de Estado calculó en $700 millones por año la asistencia militar desde Teherán).
Antes de seguir adelante, permítanme señalar que Estados Unidos, Israel y sus aliados occidentales tienen a esa milicia en la lista de organizaciones terroristas. Hezbolá no ha dudado en sumarse a la defensa del régimen del presidente sirio, Bashar al Asad, que también cuenta con el espaldarazo de Irán. En Siria también chocan Irán e Israel, pues este no desperdicia oportunidad para bombardear posiciones de los Guardianes de la Revolución y de la milicia libanesa.
Israel, que hace frontera con Siria, está claro que una mayor influencia iraní en este país amenaza su seguridad nacional, máxime que Damasco mantiene vigente el reclamo por el territorio de los Altos de Golán, que perdió en 1967 a manos del Estado hebreo (los anexó después, un acto que, salvo Estados Unidos, la comunidad internacional no reconoce). Una eventual alza del petróleo afectaría a la economía mundial y, por ende, a la nuestra, dependiente de la importación de hidrocarburos. Un conflicto en apariencia lejano gana entonces una proximidad amenazante.
Discordia por acuerdo nuclear
Entremos en otro capítulo de esa guerra de baja intensidad entre Teherán y Tel Aviv. Un acuerdo suscrito en el 2015 entre Irán y Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania para levantar sanciones económicas y financieras al país persa a cambio de que este no se dote del arma atómica no despeja el recelo de Israel. Mucho menos en este momento cuando las negociaciones multilaterales para revivirlo el pacto pasan por un momento crítico pues las autoridades iraníes han desconectado las cámaras de vigilancia instaladas por Naciones Unidas en las plantas nucleares.
El retiro estadounidense del acuerdo, decidido en el 2018 por el presidente Donald Trump, lo puso en estado moribundo. A la reinstalación de las sanciones por Washington, Irán ha respondido con un progresivo incremento de la producción de uranio enriquecido, paso clave para la eventual fabricación de aquel armamento. Israel no solo se ha quedado en el terreno de su oposición política y diplomática al pacto, del cual nunca ha confiado como medio para garantizar un programa nuclear iraní civil y con fines pacíficos.
Ambos contendientes están enfrascados desde hace años en operaciones “subterráneas” tendientes a apuntalar sus objetivos, que incluye diezmar al otro. Los israelíes mantienen una sigilosa vigilancia de todo cuanto implique trasiego de armas hacia Siria y a Hezbolá. Con frecuencia, la Fuerza Aérea dirige sus misiles a convoyes y emplazamientos.
Sabotajes a instalaciones iraníes, así como asesinatos selectivos de científicos comprometidos con el programa nuclear, son parte de esa estrategia. El más sonado ha sido el que acabó con la vida de Mohsen Fakhrizadeh, jefe del Departamento de investigación e innovación del Ministerio de Defensa y a quien Israel consideraba el padre de ese programa.
En las aguas del mar Rojo y del Mediterráneo también a menudo, y desde hace buen rato, los buques de ambos países son blanco de ataques. Israel ha puesto en la mira los cargamentos de armas y combustible, principalmente con destino a Siria- e Irán tampoco se ha quedado atrás con golpes a buques cisterna y otros cargueros. En fin, es un toma y daca que en cualquier momento podría escalar a un enfrentamiento mayor, sobre todo si el acuerdo nuclear del 2015 recibe sepultura.