La embestida ha sido feroz. Cada día durante los últimos 3 meses el precio por galón de los combustibles aumentó, en promedio, 2 centésimos; lo que significa unos 68 centavos mensuales.
Esas cifras, que suenan mínimas, implican un impacto desolador en el bolsillo de los ciudadanos que, lógicamente, terminará haciendo una profunda mella en la economía del país. “Habrá una reducción en el consumo que a su vez golpeará la generación de empleos al disminuir la demanda”, explica el economista Raúl Moreira, ex director de Análisis Económico y Social del Ministerio de Economía y Finanzas y actualmente profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Panamá.
En la actualidad, para llenar el tanque de un auto sedán, que en promedio alberga unos 12 galones de gasolina o diésel, el costo oscilará entre 63.14 y 71.21 dólares. Ahora bien, si se trata de una camioneta o los cotizados modelos SUV, los hay hasta con capacidad, para 20 galones. En ese caso, la cifra en la factura de la estación de combustible rebasará los 100 dólares.
El impacto de este ataque es “doble”, explica el economista Edmundo Eduardo: “uno es el ajuste del precio en la misma proporción que el alza del costo del combustible. El otro efecto es la especulación, en dónde se aprovechan de la oportunidad de aumentar los precios de venta en una proporción mayor a la variación del costo del combustible. Esa situación se da por el efecto multiplicador en forma descontrolada.”
Así que la pregunta frente a esa abrumadora realidad es: ¿Qué opciones tiene el consumidor para defenderse de este ataque?
Hay tres vías claras. La primera esta en manos del consumidor. “Es nuestro único poder”, dice Harry Quinn, experto en el mercado petrolero, quien por lo pronto no ve señales de mejoría en la crisis. “No solo se trata de un tema del precio, (del barril de petróleo), sino de la capacidad de refinación”, explica. Según este experto, en los Estados Unidos, por ejemplo, las refinerías están funcionando a más del 90% de su capacidad. “En los últimos años se han ido cerrando refinerías en Estados Unidos y el Caribe, lo que ahora se suma a este escenario”.
Así que el consumidor deberá echar mano de lo único que controla: “el consumo”. Un poder que según el economista Edmundo Eduardo no es poco. “Si nosotros los consumidores, decidiéramos sacrificar nuestro confort, a través de los sistemas alternos de desplazamiento existentes, habría una reducción efectiva en el consumo, (de combustible), los productores e intermediarios efectuarían los ajustes pertinentes.”
Para Eduardo los consumidores y el gobierno mantenemos una “actitud irresponsable frente al consumo”. Añade que el “Estado debiera hacer los análisis correspondientes, para evitar la especulación en los precios de consumos y bienes. Los sistemas de controles existen; todo depende de la voluntad política de controlar”.
Pero, ¿el Gobierno tiene un plan? De esa respuesta poco se sabe. Hasta ahora la estrategia concreta se basa en la congelación parcial, por 90 días, del precio de galón de diésel y gasolina en B/ 3.95 para los transportistas y los vehículos de uso industrial. Se desconoce qué sucederá al final de ese plazo.
También en las próximas semanas deberá anunciarse un nuevo régimen en la tarifa de energía eléctrica, que desde 2020 está doblemente subsidiada, por lo que ahora habría que añadir costos elevados a ese rubro al mismo tiempo que habrá que decidir sobre la congelación parcial de precios del combustible.
Eduardo afirma que, en cuanto a la tarifa eléctrica, ya es tiempo de variar el remedio. “El impacto se puede amortiguar, si se revisa y se modifica la metodología para el cálculo tarifario y se adopta la política de fijar la rentabilidad promedio máxima permisible en las empresas de generación eléctrica y de comercialización”, advierte.
Explica que las empresas que comercializan (distribuyen energía) reflejan una ganancia de, al menos, 30% y asegura que la generación deja el asombroso “margen de 65%” en beneficios.
La tercera ruta es mucho más osada y global. Iniciar la senda hacia el uso de energías limpias. “Si no es ahora, ¿cuándo?”, se pregunta la activista ambiental y ex vicealcaldesa de la ciudad de Panamá, Raisa Banfield.
En su cuenta de Twitter, Banfield afirma que las circunstancias actuales otorgan el contexto preciso para acelerar la transición hacia el uso de energías más limpias. “El petróleo está impagable, y la excusa para no optar por energías limpias era que resultaba más barato (procesar hidrocarburos)”, comentó Banfield.
La activista ambiental cierra su argumento enumerando dos cualidades de las energías limpias (solar y eólica): “son más estables y democráticas; lo único que frena el paso hacia ellas son los intereses de los grupos que controlan y deforman los mercados. Si eso no sucede es porque los intereses siguen poniendo peso en la balanza”.