La esencia de los partidos políticos descansa en promover efectivamente la participación en los procesos de construcción de la vida democrática del país. Esto lleva implícito defender la dignidad y los derechos humanos, mejorar la calidad de vida, velar por el interés general y, sobre todo, fortalecer el orden institucional y legal imperante. Para esta tarea, resulta indispensable contar con un conjunto de valores y principios que marquen el camino a seguir para el cumplimiento de sus funciones y que oriente, también, en la tarea de formación de la voluntad ciudadana y en la educación sobre los procedimientos participativos que constituyen la columna vertebral de una democracia representativa.
En nuestro país, según el informe estadístico de la Dirección General Nacional de Organización Electoral, hasta mayo del presente año un millón 618 mil 251 panameños figuraban inscritos en los partidos políticos oficialmente constituidos o en proceso de formación. Esa cifra representa alrededor del 40 por ciento de la población, repartido entre unas nueve agrupaciones políticas.
Lamentablemente, tal caudal de ciudadanos no garantiza la existencia de una ideología o de un programa político porque los mismos resultan los grandes ausentes en la vida interna de los partidos, que se caracterizan más como maquinarias electoreras aceitadas por la demagogia y el clientelismo rampante.
La política necesita alimentarse de ideas y de valores, de conceptos y expectativas programáticas que proporcionen las herramientas y la visión capaces de unir las voluntades mayoritarias en un esfuerzo común que nos lleve a un mejor porvenir. Es indiscutible que sin los partidos políticos la democracia representativa resulta inconcebible; pero, no hay esperanzas de llegar muy lejos con los partidos que en el presente asolan a la nación. Lo que el país sufre actualmente son las incursiones de hordas o bandas agrupadas en torno a intereses particulares y caciquistas que conciben la política como el puente de acceso para riquezas instantáneas y para privilegios insultantes para el resto de la nación. En esos grupos, mal llamados partidos, lo que sobre es el oportunismo y escasea la credibilidad.