Algunos se la atribuyen equivocadamente a Winston Churchill, sin embargo, muchísimos años antes, la frase “cada pueblo tiene el Gobierno que se merece” ya aparece entre los escritos del teórico político y máximo representante del pensamiento reaccionario, Joseph-Marie, conde de Maistre. Unos años después, el novelista francés André Malraux, más contemporáneo a los tiempos actuales, se atrevió a actualizar un poco más certeramente el concepto y escribió que “no es que la gente tenga el Gobierno que se merece, sino que tienen a los gobernantes que se le parecen”. Lo que nos acerca definitivamente a una opinión más certera y llevada al extremo por uno de los héroes libertarios de Latinoamérica, José Martí, para quien “un Pueblo que soporta a un tirano, se lo merece”. La frase forma parte del acervo de todo aquél medianamente atento a la política de su entorno: ha rebotado permanentemente a lo largo de los últimos siglos, y a pesar de todas las atribuciones, el concepto fundamental de la misma se remonta al Eclesiástico, un libro tan interesante como antiguo que en el versículo 2 del capítulo 10 predica que “así como el jefe del pueblo serán sus ministros, y como el jefe de una ciudad serán sus ciudadanos”.
Y la sentencia no puede ser más definitiva y demoledora, por más esfuerzos que hagamos para ignorarla. Quienes gobiernan son el producto destilado de la comunidad que les rodea: la reflejan a plenitud, aunque el resto cierre los ojos y lo niegue hasta el cansancio. Son el monstruo, multiplicado con creces, que nace de esa “inocente” coima que evita el pago de una boleta de tránsito, o de esa “inocua” batería que le evita al estudiante el esfuerzo de estudiar para el examen, o la vieja manía de avanzar por el hombro para ahorrarse alguna parte del tranque…En fin, del tolerado juega vivo que funciona como caldo de cultivo para el surgimiento, años después, de los círculos empresariales parasitarios del Estado, de las castas de funcionarios que a costa del tesoro público disfrutan de privilegios y lujos que no pueden sufragarse con talento y esfuerzo propios y del sinfín de oportunistas que viven de “gastos de movilización” o de los criticados “gastos discrecionales”, entre las muchas trampas que atentan contra la correcta marcha del país.
Vivimos inmersos en un sistema que ha alcanzado tal grado de deterioro, que ya sólo produce gobiernos y políticos dañinos para la saludable convivencia nacional. Pero, dentro de esa situación, la ciudadanía carga con su considerable cuota de responsabilidad porque ha optado por acallar su conciencia empujada por el cansancio, por la indiferencia o, en el peor de los casos, adormecida por promesas ajenas a los exigentes criterios de un civismo responsable. No faltó ni un ápice a la verdad André Malraux al señalar que cada pueblo está reflejado en los gobernantes que tiene.