Ayer domingo 26 de diciembre murió a los 90 años el arzobispo emérito, Desmond Tutu, considerado el faro moral de Sudáfrica y uno de los grandes símbolos de la lucha contra el apartheid, el brutal régimen imperante desde 1948 hasta 1992 y en el que una minoría blanca oprimía a la mayoría negra.
Nació en 1931 en la pequeña ciudad minera de Klerksdorp, al oeste de Johannesburgo; tras ser víctima de la poliomielitis en su infancia se despertó su deseo de ser médico, sin embargo, por la difícil situación familiar tuvo que abandonar el sueño y convertirse en profesor, al igual que su padre. A los 24 años de edad, en 1955, se casó con la también profesora Nomalizo Leah Shenxane, con la que tuvo cuatro hijos. Ambos abandonaron la educación a causa del descontento que les causó la discriminación constante que sufrían los estudiantes negros en las escuelas. Decidió, entonces, estudiar teología y en 1960 fue ordenado sacerdote.
Entre 1976 y 1978 se desempeñó como obispo de Lesoto, luego como obispo auxiliar de Johannesburgo y rector de una parroquia en Soweto, para convertirse, finalmente, en el obispo de Johannesburgo. Desde todas esas posiciones siempre mantuvo vigente su activismo en contra del apartheid y a favor de los derechos humanos, lo que llevó a Nelson Mandela a señalarlo como “la voz de los que no tienen voz”. “No estoy interesado en recoger las migajas de la compasión que caen de la mesa de alguien que se considera mi amo. Quiero el menú completo de los derechos”, expresó valientemente en una ocasión. En 1984 le fue concedido el Premio Nobel de la Paz por su firme compromiso con estas causas.
Tras pasar 27 años encerrado, Nelson Mandela es liberado junto a otros presos políticos. Con la eliminación del sistema de segregación se abren las puertas para las primeras elecciones libres y democráticas en las que Mandela se convierte en presidente de Sudáfrica. Tras el triunfo nombra a Desmond Tutu como presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, institución con la que se buscaba superar los resabios del apartheid y sanar las heridas provocadas por tantos años de injusticia. Nadie con más autoridad moral que Tutu para dirigir ese esfuerzo.
“Sus contribuciones a las luchas contra la injusticia, a nivel local y mundial, son igualadas sólo por la profundidad de su pensamiento sobre la construcción de futuros liberadores para las sociedades humanas. Fue un ser humano extraordinario. Un pensador. Un líder. Un pastor”, manifestó la Fundación Nelson Mandela al enterarse del fallecimiento del arzobispo.
El mundo perdió ayer a uno de sus titanes.