En esta nueva entrega de La Historia Habla vamos a continuar recorriendo la historia de la figura de San Nicolás o Santa Claus (diminutivo que proviene del del alemán Sankt Niklaus), al que se llama en los diferentes países por muchos nombres distintos: Papá Noel, Viejito Pascuero, Julemanden o Julenissen, Siôn Corn. Father Christmas, Daidí na Nollag, Babbo Natale, Kerstman, ?????-????? o Jultomten, entre otros, es el encargado de repartir presentes, la víspera del día de Navidad, a todos los niños del mundo que se hayan portado bien.
Hablábamos en la entrega pasada de esta sección que los restos del San Nicolás histórico reposan en la ciudad de Bari en Italia, adonde fueron llevados desde Mira cuando los bárbaros invadieron esta última. Pues bien, esto puede no ser así, porque en el 2017 las reliquias de San Nicolás saltaron a las noticias, ya que un grupo de arqueólogos dijeron haber descubierto que el cadáver del santo nunca se habría ido de la ciudad en la cual fue obispo. Entonces ¿de quién fueron los huesos que se llevaron a Italia y allí llevan siendo venerados desde el siglo XI? Pues no se sabe, pero según la noticia difundida por el diario turco Hurriyet y luego retomada por la BBC, el cuerpo de san Nicolás se encontraría en Demre, ciudad que surgió de las ruinas de Mira. Los canónigos que custodian los restos humanos del supuesto santo responden a los científicos tal y como podemos leer en la Gazzetta del Mezzogiorno del 6 octubre del 2017: «El ‘sagrado robo’ de las reliquias de san Nicolás, realizado por los bareses en 1087, está ampliamente documentado por las «historias» de la época, como el testimonio por ejemplo de Pasquale Corsi en el volumen La Tralazione delle reliquie di San Nicola: le Fonti, a cargo del Centro Studi Nicolaiani, dirigido por el p. Gerardo Cioffari. Giovanni Arcidiacono, que escribió bajo la comisión del arzobispo Ursone, habla de un “secuestro de un tesoro enorme… realizado con la ayuda de los ángeles”».
Sea como fuera y reposen donde reposen los restos del personaje histórico de San Nicolás, lo cierto es que su figura se ha convertido en un mito, el obispo de Mira hoy en día ha tomado la personalidad de un ser mítico al que se añaden creencias y ritos anteriores.
La costumbre de entregar regalos a los niños en alguna fecha especial del año tiene larga raigambre en muchas culturas alrededor del globo. Por ejemplo, en Roma a mediados de diciembre se celebraban las Saturnales, en honor a Saturno al final de las cuales los adultos entregaban regalos a los niños.
Incluso hay muchos personajes míticos que se encargan de traer regalos a los pequeños de la casa. En Italia el hada Befana se encargaba de ello, en distintas zonas de España encontramos desde el Tío de Nadal, un tronco al que en ciertas zonas de Cataluña y Aragón se lo lleva a casa en las fechas anteriores a la Navidad, se lo alimenta con dulces y galletas y el día de Navidad se lo apalea (como si fuera una piñata) para hacerlo cagar golosinas y regalos para los niños; el Olentzero, un carbonero de Euskadi y Navarra, y el Apalpador en Galicia, eran los encargados de la ilusión de los más pequeños, premiando o castigando según su comportamiento. Con el tiempo San Nicolás terminó reemplazando a estos personajes. La historia de cómo esto ocurrió tiene varias etapas, en la primera, los holandeses que cruzaron el Atlántico hacia el Nuevo Mundo y que posteriormente fundaron Nueva York llevaron con ellos su tradición de celebrar entre el 5 y el 6 de diciembre Sinterklaas, la fiesta de su patrono.
Este santo holandés, Sinterklaas, fue usado en 1809 como un personaje por el escritor Washington Irving en su sátira La historia de Nueva York según Knickerbocker. Irving ya no ve a San Nicolás como un obispo, ni como un santo, es un anciano, gordo, rubicundo, generoso y sonriente, vestido con sombrero de alas, llevando unos calzones y una típica pipa holandesa. Tras llegar a Nueva York a bordo de un barco holandés, se dedicaba a arrojar regalos por las chimeneas, sobrevolando los tejados gracias a un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso. Washington Irving denomina a este personaje como «el guardián de Nueva York» y este libro hizo que la popularidad del santo patrón de Holanda creciese también entre los inmigrantes de origen inglés que pronto acogieron la celebración de Sinter Klaas cada 6 de diciembre, convirtiéndola muy pronto en la fiesta de Santa Claus.
Más tarde, Clement Clarke Moore publicó en 1823 de forma anónima (no reconocería su autoría hasta muchos años más tarde) un poema donde dio cuerpo al actual Santa Claus basándose en el personaje de Irving. Es aquí donde se cambia la fecha de la aparición de Santa del 6 de diciembre a la víspera de Navidad y para sobrevolar las chimeneas se transporta, ya no en un trineo tirado por un caballo con alas, sino por ocho renos (aunque aún no parece el más famoso, Rodolfo, el de la nariz roja).
A continuación, en La Historia Habla, el poema Una visita de San Nicolás:
Era tarde en Nochebuena, nada en la casa se oía,
Hasta el ratón de alacena con su familia dormía.
De la repisa colgaban, medias en la chimenea,
San Nicolás, al llenarlas, tendría una gran tarea.
Los niños dormían ya y soñaban sutilezas,
Imaginando visiones en sus pequeñas cabezas,
Y mamá con su pañuelo, y yo con mi mejor gorra,
Antes de una buena siesta, sentíamos la modorra.
Cuando afuera en el jardín, se formó un gran alboroto,
Salí de mi cama a saltos, parecía un terremoto,
Corrí y abrí la ventana, levantándola hasta el tope,
Las cortinas separé, pues creí oír un galope.
La luz de la luna llena se reflejaba en la escena
E iluminaba la nieve, como hace el sol con la arena.
Cuando yo vi ante mis ojos, de grata sorpresa llenos,
Un trineo en miniatura tirado por ocho renos.
Los controlaba un viejito, ágil y con gran viveza.
«Debe ser San Nicolás», pensé yo con gran presteza.
Él, aunque eran como águilas, de sus cursos era el guía,
¡Silbando y con muchos gritos, sus nombres les repetía!
«iOh, Bailarín! ¡Oh, Brioso, Relámpago y Juguetón!
¡Hala Cupido! ¡Hala Trueno! ¡Halen Cometa y Pompón!
¡Suban prontos al tejado y a lo alto por la pared!
¡Suban con brío ahora mismo! ¡Todos, con brío, ascended!».
Como las hojas ya secas que encuentran algún obstáculo
Se entrelazan con el viento en asombroso espectáculo,
Así subieron al techo, como en sus cursos volando,
En el trineo con juguetes a San Nicolás llevando.
Después de algunos segundos, yo pude oír satisfecho
Ruido de pequeños cascos que golpeaban en el techo.
En la mente estas imágenes y en mis talones girando,
Por la chimenea vi a San Nicolás bajando.
Todo envuelto estaba en pieles, de los pies a la cabeza,
Su ropa estaba manchada del hollín y la ceniza.
Una bolsa con juguetes de su ancha espalda colgaba,
Parecía un vendedor que su mercancía cargaba.
¡Qué alegría en su sonrisa! ¡Qué brillo había en sus ojos!
¡Qué color en sus mejillas! ¡Qué nariz con tonos rojos!
Su boca, en un amplio arco, se abría en sonrisa leve
Y la barba en su barbilla más blanca era que la nieve.
Una pipa ya gastada en sus dientes sujetaba
Y alrededor de sus sienes el humo lo coronaba.
Su cara era ancha y redonda, y un vientre grande tenía
Que como la gelatina temblaba cuando él reía.
Era un duende muy alegre, un viejo gordo y bajito,
Y me tuve que reír, ¡aunque lo hice muy quedito!
Un giro de su cabeza y un guiño casi secreto
Hicieron que mis temores se esfumaran por completo.
Sin decir ni una palabra, a su tarea se dio,
Giró sobre sus talones y las medias rellenó.
Tocándose la nariz, con un dedo y por el lado,
¡Subió por la chimenea por alguna magia izado!
Saltó presto en el trineo, silbó casi sin aliento,
Y los renos se alejaron como plumas en el viento.
Pero oí cuando exclamaba, ya inmerso en la oscuridad,
«¡Que tengan muy buenas noches y una Feliz Navidad!»
Y con este deseo los dejamos por esta semana y en la siguiente entrega de la Historia Habla seguiremos contándoles la historia de San Nicolás.