El fidelismo, presente en Cuba desde 1959, «tiene el mérito de haber creado un sistema de bienestar social» que llevó salud y educación a toda la población, pero «dejó un país materialmente empobrecido, con una forma anacrónica de gobernar con limitados espacios de debate y competencia», dijo a la AFP Arturo López-Levy, de Holy Names University, California.
Muy lejanas resultan ahora las imágenes del largo cordón de «agradecidos» que despidió las cenizas del «Comandante» tras su muerte el 25 de noviembre de 2016, durante un recorrido de más 900 km entre La Habana y el monolito, donde reposan en Santiago de Cuba, en el este de la isla.
Enfermo desde 2006, Fidel dejó el poder a su hermano Raúl, quien en 2018 entregó las riendas de la presidencia a Miguel Díaz-Canel y en 2021 el control del Partido Comunista.
«El sistema cubano se abocó a reemplazar el liderazgo carismático con formas más institucionales» y ha logrado sobrevivir. «Eso en los contextos revolucionarios es necesario, pero no suficiente», considera López-Levy.
«El espíritu fidelista concebía el sacrificio y la movilización moral en aras del colectivo», pero una reforma impulsada en 2011 por Raúl Castro, más pragmático y realista, implicó «la reafirmación de los intereses individuales» en el país, añadió.
Además, todos reconocen su legado en la medicina, que permitió controlar la pandemia e inmunizar al 80% de la población.
«La generación migratoria»
Una nueva generación irrumpió en el escenario político después de la muerte de Fidel, reclamando derechos y libertad de expresión.
Se trata de los llamados «nietos de la revolución», que tienen entre 30 y 40 años, que representan el 13,5% de la población total de 11,2 millones.
Reclaman participación política, proyectos que les permitan prosperar y rechazan los llamados a la resistencia numantina frente a Estados Unidos, que movilizaron a sus padres.
Ocurre en una sociedad envejecida. Los dirigentes «históricos» aparecen frecuentemente en obituarios del diario Granma, y los «hijos de la revolución», cerca de los 70, se jubilan.
La nueva «variable» en «este complejo contexto ha sido la protesta social», opina el economista cubano Pavel Vidal, de la Universidad Javeriana de Colombia.
Muchos «nietos» son competentes profesionales que salieron a escena de manera espontánea para ayudar durante el tornado de 2019 en La Habana.
Más organizados, en 2020 se agruparon en el movimiento San Isidro, que dio lugar en noviembre de ese año al inédito plantón frente al Ministerio de Cultura.
Después vinieron las históricas y masivas manifestaciones de 11 de julio, seguidas por un intento de protesta prohibida este mes, que movieron el piso a las autoridades.
«Mi generación está lo suficientemente cerca de nuestros abuelos para comprender su historia, pero lo suficientemente separados históricamente para no estar anclados a la historia y poder pensar en el futuro», dice a AFP Raúl Prado, un activo fotógrafo de 35 años.
Experimentados en el uso de redes e internet, que llegó a sus móviles apenas en 2018, llevan la delantera frente al arcaico aparato ideológico oficial, que repite viejas consignas vacías para esos jóvenes.
«Al no encontrar un espacio político en nuestro país y no vislumbrar un futuro posible, en breve se convertirá en la generación migratoria», lamenta Prado.
«Muy complicados»
«Estos cinco años han estado muy complicados para la economía», dice Vidal, en referencia a la caída del 11% del PIB en 2020, la mayor desde 1993, y una fuerte inflación que ha provocado escasez de alimentos y medicinas.
A todo esto, se suma «la escalada de sanciones bajo la administración (Donald) Trump que continúan con (Joe) Biden, el impacto de la crisis infinita de la economía venezolana y la pandemia», añadió el académico.
En este contexto, el gobierno aplicó en enero una reforma monetaria que significó un importante aumento salarial. El mínimo subió de 400 a 2.100 pesos cubanos (de 17 a 87 dólares), pero también implicó el aumento descontrolado de precios.
En 10 meses la inflación fue de 60% en el mercado formal, pero en el informal se disparó 6.900%, según información oficial.
Se espera que las cosas mejoren con la reactivación del turismo, una vez controlada la pandemia, así como con el aumento del precio del níquel y una industria biotecnológica capaz de producir y exportar vacunas y medicamentos.
Pero para Vidal es insuficiente, mientras el gobierno no reconozca que «una proporción significativa de la población no comparte las mismas ideas del Partido Comunista» y acepte «expandir la participación política».