La mejor receta para el fracaso es la improvisación: nunca ha estado ésta tras las bambalinas de ningún logro memorable. Eso lo comprendió muy bien China cuando, desde 1953, iniciara su política de desarrollo estableciendo detallados planes quinquenales para saltar de una economía agraria a una industrial. Y aunque tropezara con el fracaso no pocas veces; sobre la marcha, perfeccionando y ajustando una y otra vez los planes a medida que avanzaba, y adaptándose a las circunstancias siempre cambiantes, hoy se ha constituido en uno de los gigantes dentro del escenario global con una economía que pasó de 76 mil millones de dólares en 1981 a casi 16 billones en 2020. Con un PIB per cápita rondando los 200 dólares en 1978, hoy la cifra alcanza los 10 mil dólares.
Sin la menor intención de dormirse en sus laureles, en 2013 China vuelve a sorprender al mundo al revelar otra nueva y más ambiciosa estrategia llamada la Nueva Ruta de la Seda: un descomunal programa de desarrollo e inversiones que se extiende desde el este de Asia, hacia Europa, África y América Latina. Con un esquema cuyo objetivo es promover el crecimiento económico a través del flujo global de bienes, capital y tecnología- y a pesar del estancamiento provocado por la pandemia del coronavirus- sus alcances y expectativas son tan imponentes que, en junio de este año, hablando en nombre del G7, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció la iniciativa Construyamos un Mundo Mejor (Build Back Better World). La también llamada B3W, es un proyecto internacional de infraestructuras con el que pretende competir con las iniciativas de la nación asiática.
China ha sabido adaptarse paulatinamente a las características del capitalismo que le puedan ayudar a ejecutar sus planes, demostrando -a la vez- el valor y la eficiencia de las estrategias y los planes muy bien planteados y mucho mejor desarrollados. Panamá, por su parte, tomando todo lo que pueda aprender de la experiencia china en cuanto a diseñar el futuro, puede aprovechar la ventana que le ofrece el Diálogo por el Bicentenario y convertirlo en una oportunidad inédita para planificar el camino a seguir durante las próximas tres o cuatro décadas. Luego de pasar los últimos treinta y dos años improvisando, el informe del diálogo, que se entregará a finales de este mes, es la perfecta materia prima para seguir trabajando en una gran visión nacional que nos ayude a trascender las diferencias, concentrarnos en los objetivos comunes, y construir un país donde cada panameño encuentre las condiciones propicias para desarrollar todo su potencial y trabajar en armonía por un futuro de prosperidad y bienestar para todos.