Bajo un suave sol otoñal, Matei Miculescu, un joven guarda forestal, se abre camino por los lindes de un camino forestal buscando indicios de la presencia de estos rumiantes, los mamíferos más grandes de Europa y claves en el ecosistema.
Diezmada por la caza, la deforestación y la expansión de la agricultura, la especie rozó la extinción a comienzos del siglo XX.
Apenas unos 60 ejemplares sobrevivían, todos en cautividad.
Actualmente hay más de 6.000 especímenes en libertad en el continente, especialmente en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, gracias a proyectos de reintroducción que comenzaron en los años 1950.
En Rumanía, los primeros llegaron a Armenis en 2014, más de 200 años después de su desaparición en esta zona verde del sudoeste del país.
Bautizados Kiwi, Bilbo o Mildred, pesaban hasta una tonelada y nacieron en cautividad en Polonia, Alemania y Suecia.
Gracias a otras 16 introducciones y la reproducción de la especie, «alrededor de 105 bisontes viven hoy en libertad en los montes Tarcu y están bien aclimatados», celebra Marina Druga, responsable del proyecto impulsado conjuntamente por WWF y Rewilding Europe.
«Desde hace dos años, no ha habido mortalidad» entre los ejemplares, dijo Druga, que se pone el objetivo de alcanzar un colectivo «de 250 animales en cinco años».
Desarrollo silvestre
El programa está bien rodado. Estos enormes animales son reeducados para vivir en la naturaleza durante varias semanas antes de ser liberados.
Actualmente se mueven por un territorio de 8.000 hectáreas en una zona protegida de hasta 59.000 hectáreas.
Cada día que pasa, ávidos de vegetación abundante, se adentran un poco más en el bosque, en busca de nuevas tierras donde instalarse, explica Miculescu, uno de los cuatro guardias encargados de su vigilancia.
Los bisontes se desarrollan a plenitud en su entorno salvaje, en contraste con la cautividad, donde existe «el riesgo de consanguinidad y debilita» sus opciones de sobrevivir.
«Los bisontes, que consumen 60 kilos de hierba por día cada uno, modifican el paisaje, cambian la arquitectura de los bosques y frenan el desarrollo de árboles invasivos, diseminan las semillas de cientos de plantas o crean senderos en los bosques que facilitan el acceso a los alimentos para animales pequeños», explicó Druga.
Si están débiles o enfermos, pueden también ser presa de lobos o de osos, que no deben buscar su alimento cerca de las poblaciones, un fenómeno que ha aumentado en los últimos años en Rumanía.
Algunas veces, las ventajas de su presencia son sorprendentes.
«Los pájaros recogen los pelos que pierden los bisontes para aislar sus nidos», cuenta el guardabosque, mientras que «las ranas utilizan las huellas de sus pezuñas para saltar de un charco al otro».