La mujer del César

Cuando los fines pesan más que cualquier consideración ética y moral respecto a los medios utilizados, el grado de descomposición política alcanzado resulta de extrema peligrosidad para la salud de la nación. Y más riesgosa aún resulta la inconcebible indiferencia ciudadana ante los excesos de quienes, con tal de realizar o justificar sus retorcidos propósitos, pretenden legalizar complicidades turbias sin medir consecuencias.

Aunque luego fuera retirada, se presentó una propuesta de modificación al proyecto de Reformas al Código Electoral para permitir las donaciones electorales de personas naturales y jurídicas condenadas por actos de corrupción y que hayan cumplido con la sentencia. En la norma original, el artículo 203 de dicho código que se refiere a las donaciones o aportes a partidos políticos o a candidatos, se prohíben “los de personas naturales o jurídicas condenadas con sentencia ejecutoriada por delitos contra la administración pública, tráfico ilícito de drogas, minería ilegal, tala ilegal, trata de personas, lavado de activos o terrorismo”.

La tan lamentable propuesta demuestra de manera descarnada que para la clase política está fuera de toda duda que sus ambiciones y sus intereses son más importantes que cualquier interés nacional, al punto que están dispuestos a retorcer la institucionalidad legal y a promover comportamientos que atentan contra la integridad y el orden social aceptado.

Cuando, para justificar el contubernio de la criminalidad con algunos órganos del estado, se aduce que hasta en las escuelas se hace presente; cuando en las planillas estatales figuran personajes de dudosa trayectoria legal; en fin, cuando la permisividad lleva a echar mano del perdón bíblico para defender todo tipo de reprochables complicidades, no queda duda alguna que las raíces institucionales de la república están completamente podridas y la caída de todo el árbol es inminente.

Nunca fue más oportuno aquello de que la mujer del César no sólo tiene que ser honesta, también tiene que parecerlo. Aunque aquí jamás hemos tenido certeza de la honestidad de la casta política, lo único evidente es que ni siquiera se toman la molestia de esconder su desvergüenza.

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