La marca de Caín

Según anota la Unesco, en su fase inicial la pandemia interrumpió el proceso de enseñanza de mil 600 millones de estudiantes: el 91 por ciento de la comunidad escolar mundial. Esto significó un duro golpe para la educación global, porque al instaurarse las clases virtuales millones de ellos quedaron fuera por carecer de los medios para integrarse a la nueva modalidad.

La pandemia, sin embargo, también asestó un zarpazo terrible a un sector del que casi no se habla y al cual, durante toda la crisis sanitaria, se le cerraron las puertas y quedó sin opciones para continuar su proceso de aprendizaje: los 773 millones de adultos y jóvenes que no saben leer ni escribir y que eran parte de distintos programas que les ayudaban a subsanar el problema. Durante esta crisis, los programas de alfabetización fueron suspendidos y ha sido notoria su ausencia en todos los planes de respuesta educativa a lo ancho del planeta. De estos 773 millones, 515 millones son mujeres que igualmente se verán privadas de oportunidades para obtener empleos dignos, de una formación educativa continua y a la información básica para la vida cotidiana y que les permita la participación plena en los asuntos de sus comunidades.

En Panamá, hasta el año 2010, 168 mil 140 personas no sabían leer ni escribir: 4.8 por ciento de la población nacional condenada a la marginación que resulta de la imposibilidad de acceder al grueso de la información que se manifiesta por medio de libros, revistas, volantes, anuncios, documentos y todas las variantes escritas; sin siquiera poder firmar con sus nombres y apellidos como la mayoría a su alrededor.

Resulta imprescindible continuar con las políticas de Estado que, durante los dos últimos años han logrado alfabetizar a 2 mil 401 personas y que, desde 2017 hasta agosto de 2021, han sumado a 78 mil panameños en total. En plena era de la digitalización y del desarrollo vertiginoso de la tecnología, que provocan el aumento continuo y desmesurado de la información cada 24 horas, el país no puede permitirse la vergüenza de dejar a ningún ciudadano tirado en el camino, sin acceso a las oportunidades por no saber leer ni escribir. Un solo ciudadano privado de las oportunidades que brinda la alfabetización sería un fracaso no solo para los responsables de la política estatal: sería una derrota marcada en la frente del resto de los ciudadanos.

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