El concepto del “bien común” ha sucumbido al acoso de las hordas bárbaras que se han enquistado en la política: primero, silenciosamente; y luego, al convertirse en mayorías, con estruendos y mostrando el mayor de los desparpajos. Darle la espalda a uno de los más fundamentales conceptos que rigen la vida en sociedad, es causa de la debacle presente en los cuatro puntos cardinales del planeta.
El desmedido individualismo establecido como fuerza impulsora de la vida moderna, como una incontenible fuerza dispersora, amenaza la estabilidad y la subsistencia de la vida en comunidad. De no revertirse esa tendencia, terminará haciendo añicos el contrato social vigente a lo largo de los últimos decenios. Por ello, seguramente, Platón señalaba al bien común como la fuente originaria de una sabia y meritoria vida social y política.
El “bien común” queda establecido como el bienestar de todos los que forman parte de una comunidad y señala que el interés de todos prevalece sobre el interés o el bien privado. La vida en sociedad obliga a considerar que compartimos espacios y lo que ocurra en ellos afecta a todos los que lo habitan. Verdad de a cuño que las castas políticas se empeñan en desconocer mientras imponen obstinadamente sus particulares intereses y apetitos sin importar la vorágine de caos y desestabilización en la que puedan sumir al resto.
El ejercicio de la política debería concretarse en servir a los demás, en trabajar por el bienestar y los intereses de los “otros”. Solo cuando seamos capaces de aceptar que el bien común y el bienestar de todos es también el nuestro, sólo entonces caminaremos en la dirección adecuada. Comprobaremos, sin lugar a dudas, que ese concepto- el bien común- es la fuerza correctora y el antídoto para todos esos males que hoy acechan y amenazan la vida nacional.