Cuando creemos agotada la capacidad que tienen los políticos del patio para sorprendernos, un día cualquiera amanece más temprano y vuelven a superar sus niveles de incongruencia. Sin importar si hacen parte de lo que se ha dado en llamar la política tradicional o pertenecen al bando que, con ánimos de darse tintes renovadores, se autonombra como la nueva política; el resultado final parece repetirse en un ciclo perverso que únicamente consigue acrecentar y fortalecer la desconfianza nacional.
Uno de los personajes que encabeza una de estas nuevas agrupaciones que amenaza con “renovar” el servicio público al que deben aspirar los partidos, anunció que su colectivo escogió el camino de no hacer elecciones primarias para evitar que los “maleantes”, a lo interno, se tomen los puestos de elección. Y para evitar tal desaguisado, se planea llevar a cabo un proceso de selección abierto, es decir, lo que en el malicioso lenguaje popular se conoce tradicionalmente como elecciones “de a dedo”. Por si no bastara con el mal concepto que dicho personaje abriga sobre la membresía cuyos votos hicieron posible su sueño de un partido propio, también anuncia discriminatoriamente que habrá primarias en algunas suscripciones. Sería interesante saber con qué criterios determina los circuitos donde la maleantería no sea una amenaza para sus propósitos renovadores: la sociología local le estaría eternamente agradecida por el aporte.
Desde la más temprana incursión escolar la historia dictada en las aulas repetían hasta el cansancio que la palabra griega democratía se originaba en los términos demos (pueblo) y krátos (poder) y que designaba un tipo de gobierno donde el poder es ejercido por el pueblo que, mediante mecanismos legítimos, asegura su participación en la toma de decisiones.
Evidentemente no faltan aquellos que, cansados de la historia y los paradigmas aportados por ella, pretenden dar una vuelta de tuerca al hacer político instaurando nuevos y grotescos patrones para ejercer el poder si alguna vez tienen esa oportunidad. Cuando a la percepción de una membresía cuyo valor radica únicamente en el voto que aportan, se le suman la discriminación y el autoritarismo, los resultados a los que se apunta resultan extremadamente peligrosos para el devenir de la nación.