Los que somos de la generación verde, es decir los que crecimos en la época de los militares, nos acostumbramos a oír una frase que pretendía justificarlo todo. Omar Torrijos Herrera y otros la usaron según el comportamiento del clima. Ni con la izquierda ni con la derecha, con Panamá.
El gobierno militar se sostuvo por años taladrando nuestra conciencia con eso. Aunque la realidad era que a veces estábamos con la izquierda y otras con la derecha, según el ideario. Y, ¿dónde quedaba Panamá?
Y así nos pasamos 21 años, entre la izquierda habanera y la derecha de Washington, dándole la vuelta al mundo fumando habanos mientras se armaba el paraguas y terminaban de decidirse después qué hacer con lo que habían creado.
Muy a pesar nuestro todavía no terminamos de descubrir dónde estamos. Hoy seguimos con esa vieja costumbre de navegar con la bandera de lo que mejor nos convenga.
Ese cinismo travieso lo manejaba muy bien Gabriel García Márquez, él decía que en Cuba era un proletario y en Cartagena un millonario. Así de pícaros somos.
Estados Unidos entendía a los militares, y más a Torrijos, como un mal necesario. A tres bandas podía tener a Cuba cerca, sin necesidad de tocarla. Panamá era un aliado de Estados Unidos, en lo geopolítico con el Canal y en la diplomacia clandestina con Torrijos.
Desde Panamá las misiones oficiales a Cuba en ocasiones tenían un propósito, hacerle saber a Fidel Castro lo que Estados Unidos quería. Teniendo Cuba y Estados Unidos el mismo aliado: Torrijos. Todos lo sabían. Era cuando Panamá quedaba en la Avenida A.
Los polos en términos ideológicos en la medida que se tensan son peligrosos. Las posturas radicales no son buenas, y en América abundan las muestras.
Así como estamos viendo una generación de cristal, lo mismo pasa con los partidos políticos y los gobiernos. Son muy frágiles ideológicamente, ni hablar en lo estructural.
Se confunde el precio con el valor. No es lo mismo. De ahí el desgaste de los partidos sin plataformas, sin figuras, predecibles e insustanciales. Aquí se prenden las alarmas.
La política es pilar fundamental de nuestra organización social, la libertad política sin amarres.
Luego de la invasión de 1989 se avizoraba entonces una buena política. Con tantas formas de comunicación los mensajes no llegaron, y hoy vivimos una peligrosa decadencia.
Y todo apunta hacia la Asamblea Nacional, epicentro donde deberían coincidir y fundirse los intereses populares con las demás expresiones sociales, eso que llaman clases.
Se ha satanizado el parlamento porque se ha polarizado, hay un solo bando que se distancia del interés social anteponiendo el particular, una política sin clase.
En medio de puntos extremos, la resistencia se hace desde el centro. Esto de las distancias viene precisamente de una opción por espacios.
Dos grupos franceses, los girondinos y los jacobinos, enfrentados perennemente, optaron por sentarse en lugares separados, unos a la derecha y otros a la izquierda del parlamento. Igual se seguían enfrentando.
Los girondinos, a la derecha, representaban a la alta burguesía y los llamados jacobinos, a la izquierda, buscaban promover cambios profundos en la sociedad que beneficiaran a los más pobres.
De alguna manera esta división llega hasta hoy, matizada de muchas formas, y peligrosamente contaminada.
Ni con la derecha, conservadora y republicana ni con la izquierda, progresista y demócrata. Ni con la derecha, autocrática y corrupta ni con la izquierda totalitaria y corrupta.
¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos? Esta dicotomía nos lleva por caminos que otros ya han andado, y el final lo estamos viendo cada vez más cerca. Los errores de otros, nosotros los estamos importando.
Una izquierda fracasada y una derecha condenada. Visualicemos el panorama inmediato. Desde Estados Unidos con su metida de Trump y un Biden que olvida hasta cuántas estrellas tiene la bandera; pasando por México, un Estado fallido, y bajando por una pendular Centroamérica, que está jugando con fuego.
Luego el Sur que, con solo asomarse, ya quisiera uno que el tapón del Darién fuera del tamaño de Groenlandia. Y Panamá en medio de todo.
Si nuestro fin es una sociedad demócrata, respetuosa de las libertades y defensora de los derechos de todos, con instituciones sólidas y transparentes, eso hoy no lo tenemos cerca ni claro.
El centro sería el medio que justifique nuestro fin. No sé quién dijo por primera vez eso de ni con la izquierda ni con la derecha, con Panamá. Lo que quiso decir quizá era que había que estar con Panamá siempre, sacrificando todos los polos.
Pero no ha sido así. Unas veces hemos estado con la derecha despótica de los dictadores y otras con la izquierda inhumana de los revolucionarios. Así de pícaros somos. Con Panamá es que debemos de estar, caiga quien caiga.
La Asamblea Nacional se ha politizado de la peor forma, no hay punto medio. La balanza está de un solo lado, pero hay vida. El diputado más joven y votado, él que con su buena política se ha destacado, Juan Diego Vásquez ha sido certero al votar para escoger su presidencia: nuestros votos no están aquí adentro, están allá afuera.
La Asamblea Nacional tan desprestigiada y predecible escogió su nueva Junta Directiva.
La buena noticia es que un diputado como Vásquez ante una Asamblea tomada, seguirá legislando libremente y sin amarres. La buena política existe.
El presidente en su ensayado discurso a la nación, rindiendo su usual informe extenso y pródigo, esta vez no se quitó la mascarilla. El año pasado sí. Igual había covid.
El hemiciclo de la Asamblea Nacional estaba como usualmente está los 1 de julio, vestido de gala. Saludó a los presentes, y me llamó la atención que mencionara al honorable señor Gerardo Solís, el contralor. El año pasado no, debió ser que no estaba. Hoy sí debía estar.
En frente tenía el señor presidente el mensaje del diputado Vásquez, un cartel que enumeraba una seguidilla de desafortunados escándalos. Todos bajo el titular “¿no habrá intocables?”. Entre esos PPC, en clara alusión a la renovación del contrato de Panama Ports Company.
Ya muy avanzado en su informe, el señor presidente tocó el tema nefando. En seguida las siglas PPC captaron mi atención. Habló de la seguridad jurídica, y al decir que había que buscar el beneficio del país pensé, él está con Panamá. De eso se trata.
Cuando se refirió a la prórroga del contrato sus palabras parecían salir en cámara lenta. Un contrato que nace en el gobierno de Ernesto Pérez Balladares, 25 años después era de ley aplicarle la prórroga pactada. En 1997 cuando se firmó, el hoy contralor era director del Fondo de Emergencia Social (FES) de la Presidencia y el presidente Laurentino Cortizo era legislador.
El tiempo de prórroga automática estaba condicionado al cumplimiento de las obligaciones del contrato por parte de la empresa, decía el señor presidente. La responsabilidad de verificar esto en los contratos con la nación recae en la Contraloría General de la República.
Al dar su opinión sobre ello, luego de una auditoría, se concluyó que lo siguiente era aprobar la renovación inmediata pues la empresa había cumplido con todas las cláusulas. Entonces, lo mejor para Panamá era eso, y así lo avaló el contralor.
PPC es un contrato ley y debemos garantizar la seguridad jurídica de este por 25 años más. Más de lo que esperamos por que se perfeccionaran los tratados Torrijos Carter.
Son 50 años de concesión a una empresa que desarrolla una actividad portuaria a orilla de dos canales y en un país geográficamente bendecido, esos intangibles no se reflejan en los libros. Lo menos que debería hacer esta empresa es respetar nuestra “hospitalidad” dejando de usar el nombre de Panamá en un contrato que por muy auditado que esté no nos termina de convencer que a nosotros nos ha beneficiado. Hoy Panamá queda en el palacio de las Garzas.
Ni con la izquierda ni con la derecha hoy no tiene sentido. Panamá no aparece por ningún lado. Si estuviera Panamá en el medio estas cosas no sucederían. En la Asamblea como en la política no hay bandos, hay demagogia e intereses que están haciendo peligrar nuestra paz. El pueblo duerme, y cuando la expresión popular despierte y se dé cuenta todo lo que ha pasado, por supuesto que no dudará en tomar lo que le han arrebatado. Pongamos nuestras bardas en remojo, bardas que separan bandos. Veamos como otros pueblos la están pasando, unos por proletarios y otros por millonarios. Hay que enmendar, dejar de repetir errores y copiar desastres. Una larga lista de escándalos atiza el fuego. Un fuego que apenas se nota, pero hoy seguro que junto a él alguien se está calentando.