¿Hay algo errado en nuestra ordenanza, en nuestro estilo de ejercer el poder?

Foto: Edward Ortiz.

 

¿Por qué los políticos a los que tanto se les critica por las redes sociales y los medios de comunicación siguen siendo reelegidos en los torneos electorales?

Muy fácil es argumentar sobre el manejo electoral a través de dádivas y prebendas.

Si es esa la razón algo no funciona en el planteamiento crítico intelectual con la cual se pretende modificar el comportamiento de los electores.

Argüir valores, conflicto de intereses, transparencia o una conducta muy chapada a las democracias occidentales o escandinavas no ha logrado cambiar las conductas de los gobernantes.  Especialmente de diputados, alcaldes y representantes.

Esos elementos y valores de “buen gobierno” propugnado por las élites intelectuales y la clase media profesional (predominantemente educada en Estados Unidos o Europa) parecieran ser ajenos.

Inclusive podríamos decir que los elementos conceptuales de ese tipo de gobierno transparente, al servicio de los ciudadanos y el país, honesto y limitado en el ejercicio del poder (hasta por vergüenza) no tiene incidencia en los procesos políticos panameños.

He llegado a la conclusión que el error en pretender cambiar o exigir unos estándares de gobierno a nivel de los escandinavos podría estar en el universo mental de los anhelos nacionales y difícil en la realidad coyuntural.

En otros lares es lo natural aquí entra en el marco del idealismo político. Puede tener una explicación en la marcada desigualdad, la falta de un nivel educacional o un agotamiento en las aspiraciones nacionales.

Las cualidades intelectuales, la honestidad y los valores éticos no logran ganar elecciones.   Los mejores talentos públicos del país no han ganado elecciones.

Aquí puedo mencionar a Eusebio Morales, Ricardo Alfaro, Carlos Iván Zúñiga, Ricardo Arias Calderón, Carlos A Mendoza.   (Algunos fueron designados por razones coyunturales para el cargo de presidente designados) y es que entre las cualidades meritorias de los insignes hijos de la Patria y unas elecciones nacionales la mejor oportunidad la tienen los malparidos.

Los que están dispuestos a torcer las reglas, a mirar para otro lado, a obviar cualquier distinción entre lo público y lo privado, entre el interés personal y el interés público.   ¿Tendrá esto alguna posibilidad de enmienda?

A mi leal saber y entender el proceso conlleva estrechar la desigualdad económica, elevar el nivel educativo y dejar de ser moralistas en el período de transición.

El famoso “rule of law” o “imperio de la ley” no es parte de lo que somos.   (siempre estamos atentos a ver como se evade la ley de allí el dicho “hecha la ley, hecha la trampa”) Y el constitucionalismo una ilusión ajena.

Aquí seguimos apoyando a los abiertamente corruptos que no solo han violado la constitución y las leyes sino han abusado a su favor de las arcas del Estado.

En ninguno de los países latinoamericanos la gente tiene muchas expectativas de sus gobiernos y sus políticos.

Los ciudadanos han agotado su paciencia frente a falsas promesas.   Los ciudadanos no ven ninguna relación entre moralidad y gobernanza.  Los ciudadanos saben que aquellos que detentan el poder lo detentan para ellos, sus familiares y amigos.   Los ciudadanos saben que el Estado como instrumento para el desarrollo y prosperidad de sus ciudadanos es un concepto importado de los países antes colonialistas y ahora reformados.

En general los latinoamericanos permanecemos inconformes, pero en paz con la democracia al estilo latinoamericano y ya la aceptamos.  Que funcione en “forma”  para satisfacer la demanda de los ex colonizadores  pero en “sustancia”  autoritaria, mercantilista y endogámica.

La democracia latinoamericana funciona con un margen de beneficios particulares.  El que llega tiene ciertos derechos mínimos de lucro por el solo hecho de llegar al poder.   Y el resto aspira a congraciarse con el repartidor de beneficios.

Nuestros ideales democráticos no son el de llegar a ser como Suiza o Dinamarca.  Es quizás ser lo más cercano a México o Brasil.  Nuestro ideal económico no es parecernos a los Estados Unidos.

Quizás algo más cercano a una monarquía o dictadura blanda, repartidora de favores y prebendas a quien se congracia y plomo a los que se oponen.

No nos damos cuenta que los pocos idiotas somos los que pretendemos ver una vía, un estilo, una forma de gobierno extraña a nuestra idiosincrasia latinoamericana si así podríamos definirla.

En realidad, somos exactamente como los Europeos de Occidente nos ven en las películas, en sus novelas de aventuras, en sus esquemas mentales.

No sabemos gobernarnos honradamente, no sabemos ni siquiera cuál es nuestro interés nacional.

Desde México a la Patagonia somos fieles a nuestros estilos de gobernanza y no importa cuan grande sea nuestra potencialidad en el concierto de naciones.

No nos interesa cambiar.  Somos felices e indocumentados.

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