En la entrega anterior de La Historia Habla habíamos visto cómo se desarrolló en Inglaterra la evolución de las peleas de animales. Veamos ahora qué ocurría en el continente.
El filósofo francés René Descartes aseveraba, en el siglo XVII que, al carecer de alma, los animales no sentían ni siquiera dolor. Esta creencia era la más extendida en aquellos momentos, y se defendía la subordinación total del reino animal al ser humano, como rey de la creación.
A finales del siglo XIX se extienden las ideas de protección de los animales a lo largo de Europa y Estados Unidos y cala cada vez más la idea de que quien es cruel con los animales, no puede ser amable con los seres humanos. En la Exposición Universal de 1878, en París, el Pabellón de la Sociedad Protectora de los animales tenía una frase que rezaba: “La crueldad que se ejerce con los animales, no es más que el aprendizaje de la que se usa después con los hombres”. Pero, mientras las sociedades protectoras de animales surgían como setas en las naciones occidentales, también se extendía la práctica de la vivisección y de otros procedimientos médicos que justificaban la crueldad sobre los animales en aras de la bondad de los fines que perseguían dichas investigaciones.
Los avances en la fisiología durante el último tercio del siglo XIX en Europa se desarrollaron a partir de prácticas de una crueldad infinita, sobre todo realizadas sobre cerdos y caballos, en laboratorios privados a los que se les llegó a llamar ‘cámaras de tortura de la ciencia’. Los estudiantes de medicina asistían a estas sesiones semiclandestinas donde a los animales se les realizaban prácticas de todo tipo en vivo y sin ningún tipo de anestesia, ya que los responsables opinaban que se necesitaba que los animales estuvieran despiertos para poder analizar mejor sus reacciones.
El primer país en el que se emitieron leyes estrictas para terminar con este tipo de prácticas fue Alemania durante el gobierno del partido nacionalsocialista.
Curiosamente, durante la época nazi se desarrolló la legislación más completa sobre el bienestar de los animales jamás habida en Europa, en ella se indicaba incluso la forma correcta de cocinar a una langosta para evitar dolor innecesario, o para herrar a un caballo sin dolor.
Mientras tanto, los proteccionistas clamaban contra supuestas costumbres bárbaras como las corridas de toros, tradición de la Europa meridional que aún se mantiene viva.
La leyenda nos cuenta que el mítico rey Gerión criaba manadas de reses bravas junto al río Guadalquivir. Los habitantes de Tartessos usaban el toro bravo como arma de guerra, tal y como nos cuenta Polibio sobre las campañas bélicas de Aníbal. Los mercenarios íberos que combatían en la hueste del cartaginés llevaban con ellos cientos de toros a los que ataban haces de ramas secas a los cuernos y los lanzaban contra las filas enemigas, logrando así abrir brechas en su vanguardia. También Diodoro dice que se empleó la misma táctica en la batalla de Heliké, en el año 228 a. C., donde una asociación de pueblos íberos liderados por Orisón derrotó al ejército de Amílcar Barca soltando toros con sarmientos encendidos en su testuz, en unas versiones, o por carros ardiendo tirados por bueyes, según otras, que lograron romper las líneas cartaginesas. Amílcar Barca murió a causa de las heridas de esa batalla.
Durante la romanización de Hispania se unieron los toros españoles a la tradición de los juegos y luchas de fieras de las que hablamos ya en una entrega anterior. En esos juegos se presentaba también la taurocatapsia, el peligroso juego de saltar por encima del toro en plena embestida, ya fuera impulsándose al colocar las manos sobre el morro, la cabeza del toro o los cuernos del toro o saltando sobre el morlaco con una pértiga, que ya se recoge en el Código de Justiniano como contomonobolon y que ha perdurado hasta nuestros días como salto de garrocha.
La Ilustración aún era faro que marcaba el camino para intentar eliminar los resabios de barbarie en Europa y en España, los afrancesados como Jovellanos y Campomanes, siguiendo a pensadores como Rousseau y Voltaire, defendieron el respeto a la naturaleza y se opusieron a la práctica de peleas de gallos y todo tipo de fiestas y celebraciones con toros, novillos y otro tipo de animales.
Entre 1790 y 1796 y a petición del Consejo de Castilla a la Academia de Historia, Jovellanos realizó un informe titulado Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre el origen de España donde teorizaba en contra de estas tradiciones por considerar que atentaban contra el “equilibrio moral humano”.
Sea como fuere con todo lo expuesto hasta aquí podemos ver que tanto los espectáculos que involucran toros, vacas y novillos como las peleas de gallos tan gustadas en Panamá son una tradición centenaria.
En las peleas de gallos se mueven miles de dólares de cuidados e inversión del gallero hacia sus animales y en la misma pelea, otros tantos miles de dólares que cambian de mano, alrededor de la arena que se va tiñendo de bermellón mientras los contrincantes aletean y tratan de sacarse los ojos a picotazos y espuelazos. Ese movimiento de dinero mantiene vigente una economía, en muchos casos sumergida, que se resiste a morir.