Historia de las peleas de animales

 

Los animales pelean entre ellos en su hábitat natural, por territorio, por comida, por las hembras o por los machos. Pelean por el acceso al agua y para evitar que maten a sus cachorros. Pelean por su vida o para poder comer y alimentar a sus crías. Y pelean también, a veces, solo por el placer de hacerlo y como los niños, pelean para aprender a medir sus fuerzas y para entrenarse a hacerlo cuando lo que esté en juego sea su vida. Pero, hasta donde los estudios etológicos nos han mostrado, no pelean para ofrecer un espectáculo a otros animales. Eso solo se lo obligan a hacer los animales de la especie Homo sapiens a otras especies pero disfrute y ganancia.

Ya en la Biblia leemos que Yahvé puso en el mundo a todas las criaturas para beneficio y uso del hombre. Con este salvoconducto bajo el brazo la mayoría de las culturas de la antigüedad ha usado y abusado de los animales, utilizándolos como comida, ropa, calzados, armas y medicina, con sus restos se fabricaban joyas, platos, bandejas y bastones, instrumentos musicales, y con su grasa se hacía jabón y se mezclaban los pigmentos para crear magníficas obras de arte. Los animales han sido domesticados como compañeros, ayudantes en la caza y en las labores agrícolas y ganaderas y como proveedores de carne y leche. O han sido criados para más tarde sacrificarlos y que fueran los mensajeros entre los hombres y los dioses. Los perros han sido adiestrados para tirar de trineos o para trabajar en las minas, y miles de canarios han muerto asfixiados en ellas salvando de este modo a los mineros de los escapes de gas grisú. Incluso varias especies han sido usadas como armas de guerra. Los animales han sido encerrados, enjaulados y encadenados como signo de estatus y de riqueza. Y han sido azuzados unos contra otros.

Todos hemos visto recreaciones cinematográficas de los espectáculos de animales que se montaban para diversión popular en el Coliseo de Roma y en muchos otros anfiteatros y coliseos en otras ciudades a los largo y ancho del Imperio Romano. Estos espectáculos no terminaron cuando el imperio cayó, sino que se mantuvieron durante más de seiscientos años alcanzando su apogeo en el siglo XVI.

Podemos destacar los combates entre perros y toros y entre perros y osos que eran una de las diversiones favoritas en Inglaterra.

El toro era ubicado en un ruedo y atado a una estaca de hierro con una cuerda que le permitía moverse en un círculo de aproximadamente 9 metros. Para enfurecer al toro se le echaba agua hirviendo en las orejas o se le llevaba la nariz con pimienta y se hacían apuestas a ver cuánto tiempo podía sostenerse cada perro aferrado con los dientes al cuerpo del toro antes de que este se los quitase de encima y los ensartara con sus cuernos. Una variante de este espectáculo era el «sujetando al toro» en la cual perros especialmente entrenados se abalanzaban sobre el toro tratando que morderle el hocico sin soltar el agarre. La raza bulldog fue creada especialmente para este espectáculo.

El hostigamiento de osos era otro de los entretenimientos disfrutados por los ingleses durante siglos. Desde el siglo XVI, se criaban y mantenían manadas de osos para utilizarlos en los hostigamientos. En un foso especialmente concebido para ello se encadenaba un oso a un poste y se azuzaba contra el a una jauría de perros de caza, que también eran atados en el mismo poste, los cuales se iban substituyendo por otros según el oso los iba destripando, aunque al plantígrado se le hubieran arrancado previamente los colmillos y se le hubieran cortado las garras. Estos fosos se llamaban “los jardines del oso”, eran un área de arena, el «coso del oso», rodeado por una valla circular alta que tenía asientos elevados para los espectadores.

Había numerosas variantes, siempre condicionadas a los animales que se pudieran conseguir y, claro está, a la imaginación del que los organizaba (y a su nivel de sadismo y crueldad). Se ha conservado, por ejemplo, el testimonio de una ocasión en la que un potro con un mono atado a su grupa fue hostigado por perros.

Enrique VIII era un gran aficionado a estas luchas y mantenía un foso en Whitehall. En 1575 a Isabel I se le ofreció una exhibición de hostigamiento con trece osos y cuando se presentó en el Parlamento una iniciativa para prohibir los hostigamientos en domingo, (no por la crueldad de los mismos, sino para no incumplir el mandamiento de santificar las fiestas), ella invalidó al Parlamento. En los tiempos de la reina Ana de Gran Bretaña, (ente 1665 y 1714) el hostigamiento de toros era practicado en Londres, en Hockley-in-the-Hole, dos veces por semana.

A pesar de que ya en entre 1642 y 1660 los puritanos lograron emitir la Ordenanza Protectorado, la primera legislación sobre la crueldad de los animales, en la cual se invocaba el temor a Dios y se prohibía a los fieles organizar o participar en lanzamientos y peleas de gallos, de toros, osos y perros; ellos alegaban que la violencia hacia los animales generada en esos espectáculos favorecía la violencia hacia los seres humanos dando como resultado revueltas populares, asesinatos, etc. Este espectáculo continuó siendo muy popular en Inglaterra hasta el siglo XIX.

En 1802 volvió a presentarse en la Cámara de los Comunes un proyecto de ley para la supresión de estos espectáculos, pero fue rechazado por 13 votos.

En 1822 es aprobada por el parlamento la ley Richard Martin, esta norma prohibía el maltrato al ganado y protegía a caballos, asnos, vacas y ovejas. La primera Sociedad Protectora de Animales, se funda en Londres en 1824, tardaría más de veinte años en replicarse el modelo al otro lado del Canal de la Mancha.

Pero no fue hasta el año 1835 que se lograron prohibir en Inglaterra estos espectáculos de peleas animales mediante el Acta de Crueldad contra los Animales donde, además de ilegalizar las peleas se prohibía el mantenimiento de cualquier lugar o superficie para el hostigamiento o lucha de animales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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