A estas alturas nadie se hubiera imaginado que estaríamos más por sortear una nueva ola, que por estar saliendo de todas. Que ya la marea habría bajado y se viera la calma del mar, pensábamos. Quien haya llamado así a los vaivenes de cualquier contagio colectivo no pudo hacerlo mejor. Una ola lo grafica muy bien, ha sido un subir y bajar dentro de un barco, o aferrados a una tabla, durante largos 15 meses. Nos ha tocado vivir lo que un náufrago, sobrevivir entre miedos y luchas. Es que esto se parece mucho a esas aventuras de hombres que han desaparecido en el mar, que perdidos y desanimados sus historias son conocidas solo cuando han triunfado. Con cada ola son más los contagios, cuentas que no veíamos hace meses. Uno creyendo que el mar estaba reposado y calmado, entonces vuelve agitado. Se está formando una nueva ola lamenta el náufrago. ¡Hasta cuándo!, ¿cuánto más hay que soportar? No solo el paso del tiempo, ya para estas fechas el cansancio se siente más, uno rema y rema, y todavía no se ve la tierra ni la orilla del mar.
Este virus que en principio parecía iba a ser como otros, se está cebando con nosotros. Evoluciona, muta, se disfraza y circula con más fuerza haciendo cada vez más daño. Ahora igual se transmite sin importarle si estás o no vacunado. El contagio alarma, pero la gente es sorda o no le importa caer enfermo o morir en un hospital solo y ahogado. Como un náufrago. Todos, sin tener una lista, podemos contar que conocemos a alguien que se ha contagiado, cuando no uno mismo, y lo más triste si ha traído luto y dolor al núcleo familiar. La burbuja, otra metáfora de nuestra nueva normalidad, esa esfera de seguridad cuando se rompe no hay forma de repararla. Las burbujas no se pueden coser, imposible, son tan delicadas que con mirarlas basta. Si se chocan entre ellas una se revienta, así de frágiles somos ante esta pandemia. Tan mal se está poniendo esto, que ya el estar vacunado no es suficiente, este virus se pasea entre burbujas y olas. No estamos ni cerca de la playa después de todo, quien pensó que ya se había salvado, sepa que debe seguir remando.
No ha sido suficiente la vacuna, nos hicimos grandes expectativas como grande eran las ganas por pasar esta tragedia. Como todo ha sido pruebas y ensayos tenemos la vacuna, pero no tenemos la cura. Significa que debemos estar alertas, y mejor si estamos todos vacunados, porque el enemigo sigue rondando. No te va a matar, pero te puede hacer mucho daño. Ya uno no está para charadas, y por más señas que le hagan jamás adivinará que el riesgo sigue intacto. Esta locura de la covid no descansa, cada día se reinventa, le ha gustado tanto su desastre que de cuando se da la vuelta por lugares de donde ya la habían echado. Y así como Jack, la covid aparece diciendo: ¡Aquí está Johnny!
Este andar entre burbujas y olas alguien debe recrearlo, empezar a llevar un registro de los hechos. Dirán que para eso están las redes y los medios, pero con las narraciones siempre hay eventos que bien novelados harían más entretenido, por ejemplo, este naufragio. Aunque ya es un poco tarde para empezar una bitácora de viaje, no deja de ser atractivo tener el cuento bien armado. Cuando esto acabe más nos vale saber quiénes fueron los buenos y quiénes los malos. En toda novela hay héroes y villanos, en esta historia que ni siquiera sabemos qué tan cerca o lejos está del final, la covid es el personaje principal. Ahora, esta plaga, entre más tiempo pasa se llena cada vez más de aliados.
Yo quiero que esto acabe, pero que acabe bien. Y no solo ver el final, sino saber lo que vendrá. El triunfo sobre la covid será pírrico, si no logramos salvar la nave. Llegar a la orilla seguro lo lograremos, pero qué tal si nos pasa como a esos migrantes que al llegar a tierra se dan cuenta que mejor se hubieran quedado en el mar. Mientras hemos estado perdidos tratando de salvarnos, haciéndole la guerra al bicho mortal, las cosas que han sucedido entre burbujas y olas han ido pasando sin tener consecuencias. Más allá del alboroto y la indignación fugaz, todo lo que hemos visto si bien no ha sido divertido para recordar, al menos, quedará como una instantánea de nuestra realidad. Es que han sucedido tantas cosas que por eso no terminamos de llegar, y las peores son las que tienen que ver con la vacuna. Elemental, ya hubo escándalos con todo lo que tenía que pasar atinente a la pandemia. Siendo la vacuna lo último en la cadena, ¡qué más da!
En Argentina sucedió algo que vale la pena contarlo. Al ministro de Salud, Ginés González, una reconocida eminencia en su campo, a principios de año el presidente Alberto Fernández le pidió la renuncia. Y él, dimitió. La razón: vacunas VIP. Fernández no iba a permitir excepciones. Un día un periodista de la manera más cándida dijo que le había pedido un favor a su amigo el ministro. Horacio Verbitsky afín al gobierno destapó sin querer un escándalo. Luego se supo con las investigaciones que funcionarios, parlamentarios, personalidades y allegados al oficialismo habían sido vacunados sin seguir los protocolos aplicados a la población en general.
González salió del gobierno, un ministro venerado por todos. El doctor en salud pública que había sido maestro de generaciones. El que se había ganado el agradecimiento de millones de argentinos con su Plan Remediar, programa que permitía el acceso gratuito a medicinas. El que había promovido la Ley de Medicamentos Genéricos, que obligaba a los doctores y farmaceutas informar a los pacientes sobre el uso de medicamentos genéricos más baratos, por encima de aquellos respaldados por firmas comerciales. Un héroe sin antifaz que había perdido su capa. Ginés González es un ángel caído, solo por no saber decir que no. Verbitsky después se disculpó. González era su viejo amigo, un tipo digno y noble aseguraba. El periodista, arrepentido y reconociendo su error, dijo: “No advertí que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”. Allá sí hubo consecuencias.
En estos meses si hubiésemos llevado una bitácora de lo que sucedía entre burbujas y olas, ya tendríamos adelantada una obra tipo El señor de las moscas. Nada más real que eso. Un grupo de niños que sobreviven a un accidente y van a dar a una isla. Mientras dura el rescate surgen situaciones que descubren el carácter de cada uno de los que terminan formando una muestra social dentro de un pequeño espacio. Niños de entre los 13 y 6 años toman roles de adultos y en lugar de descubrir su lado más inocente sucede todo lo contrario, son unos perfectos salvajes. Tienen que hacer tareas tan primitivas como cazar y crear fuego para sobrevivir. Mantener vivo el fuego era lo más importante, aparte del control y tener un líder que mandara. Se dividieron en dos clanes, digamos los buenos y los malos, pero todo estaba marcado por la crueldad y la corrupción propias de la naturaleza humana. La recuerdo por lo que nos está pasando ahora con esta experiencia de la covid y la pandemia, igual que en el libro de William Golding, estos niños debían sobrevivir a la isla y a ellos mismos. Acá sería sobrevivir a la covid y a nosotros mismos.