Las palabras son el recurso más socorrido cuando se trata de maquillar la realidad; cuando pretendemos esconder el verdadero sentido de algo que, en el fondo, sabemos resulta vergonzoso.
Y es lo que ocurre con el oportunismo, esa actitud que busca aprovechar situaciones y oportunidades momentáneas a costa del interés común. Se caracteriza porque es una actitud extremadamente egocéntrica, incapaz de pensar en los intereses, las emociones y el bienestar de las otras personas. Conscientes del tufillo que despide tal lacra, se le ha entronizado en el carácter nacional con la designación de “juega vivo”, en un intento de convertirlo en una manifestación de agilidad mental, inteligencia y osadía.
Pero no es tal. Un “juega vivo” es sólo sinónimo de la más burda ignorancia: de aquella que desconoce las más básicas normas de respeto y convivencia comunitaria. Porque seamos claros: ese oportunismo egocéntrico siempre resulta nocivo para los demás, como un fragmento de hierro lanzado a los engranajes de un motor.
Recordemos los casos recientes de los trabajadores sanitarios que, sin atender enfermos de covid-19, recibieron vacunas que no les correspondían. O, en la misma línea, a los “distinguidos” miembros de clubes cívicos que con el mayor desparpajo se saltaron las filas y recibieron, también, las vacunas que pertenecían a otros. Y el ejemplo más notorio de la estupidez que anida en el “juega vivo” criollo: la de los conductores que se mueven por los hombros de la carretera para, avanzados algunos metros, entrar nuevamente al carril que les corresponde; siguen satisfecho su camino a donde sea que vayan, sin lograr comprender que el tranque que en parte se saltaron era provocado por la numerosa pandilla que, al igual que ellos, manejaba por el hombro y se colaba más adelante.
Ni inteligente, ni osado, ni brillante…el “juega vivo” es el primer peldaño de la podrida escalera que nos ha traído a la realidad que carcome a la nación y hace tambalear el futuro. La corrupción escandalosa en los altos niveles gubernamentales; la podredumbre ética que desintegra el escenario político, dio sus primeros pasitos con la coima que evitó la boleta de tránsito; con el saludo y la conversación que iniciamos con algún conocido que está avanzado en la fila de pago en el supermercado con la única intención de colarnos.
Las palabras, por más que lo intenten, no logran cambiar la naturaleza de algunas cosas. Como la del “juega vivo”, que se escriba como se escriba no deja de ser corrupción: esa corrupción, ya de carácter cotidiano, que crece y se desarrolla como una infección; y cuyos tentáculos terminan desapareciendo fortunas estatales y atentando contra el bienestar común.