El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de 26 años, se prendió fuego en la ciudad de Sidi Bouzid, en Túnez, cansado de la indiferencia que exhibían las autoridades ante sus reclamos y denuncias sobre los abusos de la policía tunecina que le había decomisado su carreta de trabajo.
Tras la muerte de Bouazizi, surgieron las protestas a las que se sumaron miles de ciudadanos y que forzaron la renuncia del presidente Zine El Abidine Ben Ali, cerrando más de 20 años de gobierno autoritario.
En los siguientes meses, el estallido originado en el sacrificio del joven vendedor de frutas, se replicaría por el norte de África y luego hacia los países de Medio Oriente y la Península Arábiga. En Egipto provocó la caída de Hosni Mubarak, quien gobernaba el país desde 1981 con mano fuerte. Y, posiblemente, fue en el escenario rebelde de este país donde surgió el mito de la revolución virtual.
La Primavera Árabe fue todo, menos virtual.
Las redes sociales y la internet sólo fueron el medio para convocar y publicitar el horario y ubicación de las manifestaciones a las que asistían, de cuerpo presente, las masas inconformes dispuestas a enfrentar- como muchas veces ocurrió- la salvaje represión con las que se intentaba sofocar el descontento. La recordada primavera terminó abarcando 18 países en los que las masas protestaban contra el desempleo, la corrupción, la falta de acceso libre a la información, la restricción a la internet y en contra de gobiernos autoritarios y hasta corruptos. Nada tuvo que ver con religión, fue un movimiento laico con demandas sociales; únicamente promovido en las redes: el descontento se manifestaba presencialmente.
Por latitudes más cercanas, el descontento alimentado por motivos semejantes ha tenido sus momentos. Guatemala, Costa Rica, Colombia y Perú, entre algunos ejemplos, han experimentado sus amagos. En Panamá, el caso de los albergues, entre muchos escándalos, logró estremecer a una nación que ha mostrado un alto grado de tolerancia ante la corrupción galopante, la incompetencia política y algunas otras yerbas no muy aromáticas. En el escenario nacional, las redes hierven por el descontento; lo que no se refleja a la hora de expresar esa rebeldía en las calles.
Peca de ingenuo quien pretenda virtualizar el descontento: ningún cambio añorado por las masas populares se ha logrado desde la comodidad de un sillón ni al oprimir alguno de los botones del control remoto.