Nuestra incapacidad social

Todo el que quiera corroborar el grado de fragmentación social que reina a nuestro alrededor, sólo precisa asomarse a las redes sociales digitales. Ahí conviven desde el radicalismo más extremo que defiende, por ejemplo, el derecho a la vulgaridad; hasta la más absurda intolerancia que pretende imponer sus particulares criterios sin más requisito que pasarse por la faja cualquier objeción a contravía.

El confinamiento social, aún antes de la aparición del covid-19, ya era una peste que esclavizaba a cientos de millones de individuos ante las pantallas de un dispositivo de mesa o de esa otra nueva droga que nos ha legado la tecnología: los celulares inteligentes.

Día tras día, las redes sociales son el escenario de las más feroces batallas ejecutadas a punta de teclas, donde- para la gran mayoría que por ahí deambula- la idea y el pensamiento no resultan fundamentales: lo que cuenta es la fuerza de los ataques y el tamaño de la tribu que cabalga sobre la intolerancia.

Hoy cosechamos los malogrados frutos de tal división; e incapaces de erguirnos sobre nuestras diferencias, somos presas fáciles de los manipuladores que imponen sus intereses de camarilla en desmedro de los intereses mayoritarios.

Podemos constatarlo en un asunto tan indignante y canalla como el que estremece en este momento a la nación: los abusos perpetrados contra niños y adolescentes en los albergues donde estaban internados. Ante tal descalabro, que pone en la picota tanto a los perpetradores de los crímenes, así como a las instituciones que manejan los albergues y aquellas que incumplieron sus obligaciones de supervisarlas, lo usual sería que surja la indignación pública, que se multiplique a medida que se publican los escabrosos detalles de la historia y que, como una cabeza de agua, arrastre a los involucrados a rendir cuentas ante la justicia.

Pero no. Como hongos venenosos surgen las opiniones extremistas, los pros y los contras, los arriba y abajo, los colores contrarios y, paulatinamente, la indignación se desinfla abriendo las puertas de la oportunidad a la impunidad, al encubrimiento y a la frivolización que se ha impuesto en el manejo de los asuntos públicos por parte de las autoridades.

Hemos perdido la capacidad de poner a un lado las diferencias y coincidir en las causas vitales para avanzar como nación. ¿Quiénes se benefician de esta incapacidad?

 

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