Los huérfanos en la historia

Estábamos contando en la entrega anterior de La Historia Habla de los distintos tratamientos que, a lo largo de la historia, se les ha dado a los niños huérfanos o abandonados.

Ya en Mesopotamia, en el Código de Hammurabi, 1750 a. de C., se habla de la adopción. «Si uno tomó un hijo en adopción como si fuera su hijo, dándole su nombre y lo crió, no podrá ser reclamado por sus parientes» o «Si uno adoptó un niño y cuando lo tomó hizo violencia sobre el padre y la madre, el niño volverá a casa de sus padres». En este código hay artículos que incluso hacen referencia a la maternidad subrogada y a los vientres de alquiler.

En Grecia, si un padre no deseaba quedarse con un recién nacido solo debía dejarlo dentro de una vasija funeraria a la orilla del camino, si algún viandante lo quería adoptar, solo debía recogerlo. Si nadie lo tomaba su destino era la muerte, ya fuera rápida, como alimento de las fieras o morir lentamente de hambre.

Ya vimos la entrega pasada que en la antigua Roma el padre de familia, el patriarca, tenía poder omnímodo sobre la vida y la libertad de sus hijos, podía reconocerlos o no, y en ese caso podía abandonarlos, incluso podía venderlos como esclavos una vez que cumplían los tres años. Incluso en una época del Imperio Romano los pater familias preferían adoptar a un hijo ya adulto, algunas de las grandes dinastías de césares como los antoninos o los augustos preferían adoptar. De ese modo no tenían sorpresas al elegir a su sucesor.

Fue el emperador Trajano el primero que instituyó un hospicio para recoger a los bebés abandonados en las calles, los cuales eran mantenidos a expensas del estado. Más tarde Adriano fundó otro.

Podríamos pensar que al extenderse el cristianismo por el Imperio estas prácticas de abandono fueron vetadas o disminuyeron, pero nada más lejos de la realidad. En el Bajo Imperio romano cristiano, el derecho de abandono de los hijos nacidos no se suprimió, aunque se dictaron algunas leyes de acogida y guarda de los expósitos y huérfanos que incluso podía transformarse en adopción legal siempre que se atestiguara ante el obispo.

En la Edad Media, tal y como ocurre ahora, las leyes de los diferentes fueros de adopción favorecían a los nobles. La adopción era uno de los privilegios de los señores.

En España medraron durante siglos instituciones con diferentes nombres, inclusas, hospicios, casas de expósitos y conventos donde se criaba a los abandonados o repudiados, en muchos casos por ser ilegítimos y a los cuales las madres renunciaban para salvar su honor.

En este momento a los niños ya no se los dejaba en la vía pública, los establecimientos tenían, en la fachada que daba a la calle una ventana con un torno. Detrás del torno había siempre una persona de guardia para recibir a los recién nacidos.

Lo más importante allí era preservar la identidad de los padres, con lo cual los niños solo eran apuntados con la fecha en la que fueron dejados en el torno, y se bautizaban con apellidos como Expósito o De la Cruz que señalan su origen; por otra parte, estaba prohibido hacer ninguna pregunta a los que allí iban a entregarlos.

A estos niños solían echarlos cuando cumplían seis años, y estos, o aprendían a buscarse la vida o iban a parar a las casas de socorro, junto con mendigos, enfermos y pobres de solemnidad.

En el siglo XIX en España, además de la primera enseñanza proporcionada a los recogidos, se establecía que los expósitos trabajasen en los talleres anexos a estas instituciones de beneficencia y en los casos hipotéticos de que llegasen a ganar con su trabajo más de lo que el hospicio gastaba en su manutención, se le reservaba el excedente en un fondo de ahorros que se le entregaría al dejar la institución. Sobra decir que estos casos eran escasos. Estas instituciones estaban gestionadas por juntas de beneficencia, las cuales designaban a los administradores.

Y ¿qué ocurría mientras tanto en el resto de Europa? Pues en Gran Bretaña, desde el siglo XVII era común la práctica de enviar a estos niños huérfanos o abandonados a las colonias para aportar mano de obra barata. En 1618 se deportó a cien niños a la Colonia de Virginia. En el siglo XVIII las hambrunas y las malas condiciones sociales proporcionaban gran número de niños para este infame comercio, la mayoría de ellos irlandeses y escoceses. Por fin, en 1757, la sociedad civil denunció esta práctica inhumana y cesó (o así se daba a entender) durante unas décadas.

En 1830 se fundó en Londres la Children’s Friend Society, para 1832 enviaron un primer grupo de niños a Sudáfrica y a Australia, y en 1833 otro grupo de más de doscientos niños fueron enviados a Canadá.

Annie MacPherson, en 1869, recrea aquel esquema con Home Children un plan de migración infantil por medio del cual unos 100 000 niños fueron enviados casi como esclavos desde el Reino Unido hacia las colonias de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Sudáfrica. A pesar de las críticas y las denuncias de malos tratos y nulo control acerca del bienestar de los niños, la idea de exportar niños abandonados a las colonias sigue presente en Inglaterra. En 1909 se funda la «Sociedad para el fomento de la emigración infantil hacia las colonias», que luego se transformaría en la “Sociedad de emigración infantil” y por último en la “Fundación Fairbridge” para proseguir con esa práctica de emigración infantil forzosa.

La mayor parte de la opinión pública de ese momento creía que aquellos que eran reubicados eran todos niños huérfanos o abandonados, pero ahora se sabe que la mayoría de estos tenían padres vivos, algunos de los cuales no tenían idea del destino de sus hijos y que los habían dejado en casas de acogida por alguna circunstancia temporal y a los cuales se les informaba de que los pequeños habían muerto o huido cuando regresaban a por ellos.

 

 

 

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