La política debería ser un asunto serio, que irremediablemente tengamos que reírnos de los políticos que no son serios hace que de esto se haga todo un chiste, sin embargo, las víctimas de la burla no son ellos, somos nosotros. El ridículo lo hacemos nosotros que los ponemos en medio de la escena. Pero, cómo no si es lo que hay. Con la televisión antes, y ahora con las redes sociales, ha ido creciendo la oferta pública de personajes con pretensiones políticas. Todo aquel que pasa del anonimato a las fulgurantes luces de la exposición pública, de alguna manera hace política. Ya sea a través de un tuit, o por la televisión, radio o en algún periódico visibilizando su opinión, lo que busca es influir en el público dejando sembrado su punto de vista. Que germine es otra cosa.
Hoy la gente opina a través de cualquier medio, y eso está bien, es parte de las bondades de la democracia, pero en el fondo de ese pozo no hay nada y por mucho que se agiten las aguas siempre, irremediablemente, estas vuelven a su calma. Es decir, no pasa nada. Vemos cómo al generarse una noticia inmediatamente surge una avalancha de opiniones, es un acto político simple, gente que no se conoce y que nunca se ha visto hablando de lo mismo. Se genera una acción, hay movimiento, pero no convocatoria. El panameño se preocupa por aquellas cosas que le afectan como pueblo, o sociedad, y lo expresa, pero ese esfuerzo no se cruza. No nos encontramos. Eso de que hemos nacido para encontrarnos, esa línea o divisa de blasón, aquí no aplica. Entonces sí importa estar unidos, pero algo sigue faltando para ser una sociedad y no un club.
Con la televisión, decía una voz, teníamos el mundo al instante, con el internet y las redes ese instante adquirió un efecto de difusión colosal. Pero, dónde quedó su utilidad o eficacia. Todo el mundo, literalmente, a la vez podría estar viendo lo mismo, pero eso no bastaba. Simplemente ya no creemos en lo que vemos. Hoy ver al hombre llegar a la Luna sería poco menos que una publicidad. La diferencia está en que inmediatamente y en directo ya sabríamos hasta quienes estaban a favor o en contra de que el cohete despegara. Y, sobre todo, las razones. Hoy queremos saber lo que hay detrás de la información, queremos ser más que espectadores. Ante una pertinaz e incansable lluvia de hechos, a dónde van a dar los detalles, irremediablemente se pierden. Y no pasa nada. Las cosas pasan y no provocan eco, y esta inacción es la peor de las pobrezas.
El morbo que genera tanta exposición mediática, esa saturación de hechos que afectan a la sociedad y que la distrae, me recuerda eso de que “si no veo las noticias no estoy informado, y si las veo estoy mal informado”. En fin, lo que quiero decir es que nada pasa ni pasará, porque sencillamente nadie cree en nada. Se ha perdido la credibilidad, ese velo inmaculado con que se cubría la palabra publicada ha desaparecido. ¡Y cuánta culpa ahora tienen las redes! Y no es que se esté faltando a la verdad. No puede ser mentira que el hombre llegó a la Luna, por ejemplo. Pero, la pregunta sería, ¿a ti te consta? Antes una noticia de ese calibre no daba margen a dudas, hoy 50 años después la noticia no sería la llegada, sino qué encontraron o si había alguien allá. De esa forma se convencería a la humanidad. La incredulidad fue la razón por la que dejaron la bandera. Y hoy todavía hay gente que duda y se pregunta ¿qué hay detrás de eso?
Los eventos colaterales que suceden en torno a los hechos hoy terminan siendo “relevantes”, tanto o más que el evento mismo que lo convoca. Un ejemplo, la toma de posesión de Joe Biden, el que se robó el show fue Bernie Sanders. El senador calentándose con unos estrambóticos guantes y hasta donde el abrigo pudo, terminó siendo el personaje del evento. Por un momento nos olvidamos de la pandemia y Biden ni se dio cuenta, pero el mundo sí. La prueba de que Biden se juramentó ese día son los guantes de Sanders. La noticia no es que Biden es presidente, sino que Sanders casi se congela. Esas ligeras distracciones, esas desatenciones, caricaturizan lo realmente importante. Y así hay miles de ejemplos, todo se banaliza y pierde su trascendencia ante la flagrante degradación pública que es sometido. ¿Y quién se beneficia de eso?
Hoy los hechos políticos, es decir, cualquier acción de gobierno que no cale, que se satanice por su opacidad, y sea conocida de antemano tiene la garantía que no tendrá efectos más allá de un par de puntos en la popularidad del gobernante. Quien esté detrás de las noticias o promueva información en las redes viene a confirmar eso de que los medios tienen su línea y el trazo los delata. Si hay algo que puede ser peor de lo que se publica, es precisamente que no se publique. Y entre eso y la satirización de lo cotidiano nos están llevando, esta estrategia orwelliana a alguien le debe estar sirviendo. Mientras tanto, esa avalancha de opinión pública seguirá desperdigada, eso sí, atenta a que aparezca otra cosa que la entretenga.