Soñar con volar, despegarse del suelo y flotar, desplazarse sin peso, ascender. Volar es uno de los sueños humanos más antiguos. La mitología y la religión han dejado numerosas referencias sobre este deseo humano y hoy, en La Historia Habla, vamos a repasar la historia de los intentos y los descubrimientos que han logrado que ese sueño se haga realidad.
Dédalo fue un inventor ateniense cuya existencia se pierde en la bruma mítica, aunque Sócrates afirmaba ser su descendiente. Fue recibido en la corte del rey Minos y logró, con una añagaza, que la reina Pasifae pudiese ser montada por el toro divino que Poseidón había regalado a su esposo; de esa unión nació el Minotauro, que fue encerrado por Minos en un laberinto que ordenó a Dédalo que construyera, el mismo que más tarde se convirtió en prisión para él y para su hijo Ícaro; de allí lograron salir gracias a dos pares de alas que Dédalo creó con plumas y cera.
La historia de Dédalo e Ícaro escapando del laberinto puede ser la primera historia de vuelo humano y también la primera historia de un desastre de la aviación, ya que Ícaro se acercó tanto al Sol que sus alas se derritieron y se estrelló en el mar.
Los primero intentos de volar se basaban en la observación de las aves y en la construcción de armatostes que, imitando alas, trataban de lograr que el hombre se elevase del suelo.
Leonardo da Vinci (1452-1519) fue el pionero en la ingeniería aeronáutica y según podemos leer en la obra Historia de la navegación aérea de Ernesto Navarro Márquez, fue Leonardo quien desarrolló los primeros estudios que merecen el título de científicos sobre el vuelo. Sus observaciones acerca de los fenómenos meteorológicos y de los conceptos como la sustentación y la resistencia fueron la base de muchos de los planteamientos que más tarde culminaron con la posibilidad de volar.
Bartolomé de Gusmão (1685-1724) se fijó en que una pompa de jabón se elevaba al pasar sobre la llama de una vela, intuyó las posibilidades de aquel concepto y solicitó la patente a Juan V, el rey de Portugal. A principios del siglo XVIII hizo la primera demostración de una ascensión aérea, elevando un globo de aire caliente no tripulado en la Casa de Indias de Lisboa, ante la corte del rey Juan V de Portugal.
Pero son los hermanos Joseph y Jacques Montgolfier los que, a finales del siglo XVIII, sentados en una hoguera notaron que el humo se elevaba y pensaron que si lograban llenar de humo y aire caliente un globo, podrían lograr elevarse por los aires. En septiembre de 1782 hicieron una prueba y unos meses después, el 4 de junio de 1783, en un mercado, hicieron la primera demostración con un globo construido con tela y papel, que medía diez (10) metros de diámetro.
Cuando en septiembre de ese mismo año hicieron otra demostración en los jardines de Versalles, Luis XVI y María Antonieta quedaron estupefactos al ver como se elevaban un gallo, un pato y una oveja.
Y en octubre, Jean-François Pilâtre de Rozier, desalojó a los zootripulantes y se arriesgó a emprender el vuelo. Él fue el primero que voló en un globo aerostático y el primero en la historia, (sin contar a Ícaro, claro está), en morir al desplomarse desde una gran altura unos años más tarde. Pero su muerte no disuadió a los osados y el 22 de octubre de 1797, en París, André Jacques Garnerin saltó con paracaídas desde un globo sobre la Ciudad de la Luz.
Los primeros vuelos con intención militar fueron dirigidos por Louis Proust y se realizaron en 1792 en el Real Colegio de Artillería de Segovia, en España. Pero debemos esperar más de medio siglo y cruzar un océano para encontrar una utilidad táctica verdadera de los globos de aire caliente. En 1861, Thaddeus Lowe utilizó su globo para vigilar el avance de las tropas confederadas durante la Guerra Civil Norteamericana.
El problema principal de los globos de aire caliente, o de los de gas, utilizados en los siglos XIX y XX, es que era casi imposible controlar la trayectoria, debiendo aprovechar las corrientes de aire. Para poderlos dirigir, se les puso una hélice y así surgieron los dirigibles, los cuales, tras el desastre del Hindenburg el 6 de mayo de 1937 donde murieron los treinta y seis pasajeros, fueron dejados caer en el olvido.
Los hermanos Katherine, Orville y Wilbur Wright, son conocidos mundialmente por ser los primeros en hacer volar un aeroplano controlable, el 17 de diciembre de 1903, que despegaba disparado por una catapulta. Pero no existe ninguna certificación oficial de dicho logro. Aún así, nadie les discute la autoría de algunos avances técnicos importantísimos, como por ejemplo el control del viraje mediante la inclinación de las alas, el alabeo. También construyeron un túnel aerodinámico donde medían la sustentación de diferentes perfiles a distintos ángulos de ataque del viento. Su avión, Flyer, fue el primer avión que se podía maniobrar vertical y horizontalmente.
También fue, Orville Wright, el primero en la historia en protagonizar un accidente de aviación, el 17 de septiembre de 1908, Wright quedó gravemente herido pero su copiloto murió, y desde este momento los pilotos del ejército de los EEUU tienen la obligación de usar casco. Katherine Wright hizo historia siendo la primera mujer en ser invitada a una reunión del Aero Club francés y la primera en ser condecorada con la Legión de Honor por sus contribuciones a la aviación.
Aunque se suele considerar a los hermanos Wright como los primeros en despegar a bordo de un avión impulsado por un motor, en realidad fue Alberto Santos Dumont el primero en hacerlo de forma oficial, el 23 de octubre de 1906. Santos Dumont fue un entusiasta de los vuelos aerostáticos y trabajó para conseguir que los globos fueran más manejables; logró, en septiembre de 1898, con su globo nº 1, que era un dirigible con motor de gasolina, sobrevolar París.
Santos Dumont protagonizó, durante su vida numerosas hazañas y algunos desastres que estuvieron en boca de todos, por ejemplo, a bordo del nº 5 se estrelló contra los árboles del parque Edmond de Rothschild. También con el nº 5 se vuelve a estrellar contra el tejado del hotel Trocadero. A pesar de eso siguió construyendo dirigibles, el nº 9 era muy pequeño y manejable y se hizo famoso en París porque lo usaba como medio de transporte habitual, tengamos en cuenta que no había en ese momento reglas de aviación sobre el uso del espacio aéreo en las ciudades. Y Santos Dumont seguía su carrera, imparable, en su dirigible nº 10 cabían doce pasajeros. El nº 11 fue un bimotor al que le añadió alas y el nº 12 se parecía mucho a un helicóptero. Por fin, en 1906 fabricó el nº 14 con el que realizó los primeros intentos de vuelo iniciales con su primer avión (el 14-bis) que despegaba acoplado a este dirigible.
A finales de ese mismo año en París despegó y recorrió 220 metros a 6 metros de altura, este vuelo es la razón por la que se considera a Santos Dumont como el «Padre de la aviación». Pero los premios y los reconocimientos no lo detienen, su prototipo nº 15 tenía alas de madera y los nº 17 y 18 eran deslizadores acuáticos, unos primitivos hidroaviones. Murió en 1932 y la causa oficial fue suicidio, pero siempre ha habido muchas dudas acerca de esta declaración oficial.
Al igual que ocurrió con el invento de la rueda, el concepto de ‘hélice´ surgió mucho antes de que alguien pudiera usarlo en un aparato utilitario. Ya en el año 400 a. C., en China los niños jugaban con el trompo volador, el juguete que aún hoy en día entretiene a los más pequeños, que hacen girar una vara con fuerza entre las manos hasta que una hélice acoplada al extremo sale volando.
Mil años después y muchos kilómetros al oeste, a fines del siglo XV, Leonardo da Vinci bocetó un artefacto volador con una hélice que giraba. Como en muchas otras cosas, Leonardo fue un visionario, y sus inventos quedaron arrumbados hasta 1916 cuando Raúl Pateras de Pescara en Buenos Aires, Argentina, se elevó a bordo de un primitivo helicóptero.
Juan de la Cierva, español, en 1923 inventó el autogiro que fue desarrollado por otros ingenieros hasta que en 1931 los rusos Boris Yuriev y Alexei Cheremukhin diseñaron el helicóptero TsAGI 1-EA, el primer aparato conocido con un rotor simple.