Nadie permanece ajeno a una realidad evidente: que la educación pública en nuestro país muestra un alto grado de deficiencia, por lo cual muchos padres de familia optan por matricular a sus hijos en la educación privada afrontando la secuela de sacrificios que dicha decisión acarrea.
No todos disfrutan de un nivel de ingresos holgados, por lo que se aprietan la correa y deciden sacrificar algunas comodidades en la vida hogareña con la intención de lograr una mejor formación académica que contribuya con mejores oportunidades en el futuro profesional de sus muchachos.
La educación a nivel global fue uno de los aspectos fuertemente golpeados por la pandemia del coronavirus. Los sistemas escolares se vieron obligados a adaptarse y para continuar con el proceso de instrucción asumieron condiciones novedosas dictadas por la tecnología: las clases online constituyeron la columna vertebral para que los jóvenes continuaran recibiendo sus lecciones. Muchos, por el escaso acceso a los recursos digitales, quedaron excluidos.
En este año que recién iniciamos, la pandemia ocasiona un incremento impresionante en las cifras de desempleo global. En nuestro país el porcentaje de desempleo, luego de diez meses de crisis sanitaria, se ubica entre el 20 y el 25 por ciento. Algunos expertos temen que pueda rondar el 30 por ciento. Eso bien podría significar medio millón de ciudadanos sin una fuente fija de ingresos, sin contar con que muchísimos más, decenas de miles, han visto disminuidos sus salarios o ingresos.
Aún se desconoce el número definitivo de estudiantes que han tenido que emigrar del sistema de educación privada hacia el público. Tampoco la cifra final que de los que, obligados por circunstancias domésticas de última hora, se vean obligados a saltar hacia escuelas y colegios estatales. Esta mudanza masiva de estudiantes mantiene sumido, por su parte, en una grave crisis de sobrevivencia a una considerable cantidad de instituciones educativas del sector privado.
Si aspiran a sobrevivir en medio de esta crisis, estas escuelas y colegios tienen que asumir la realidad que campea en la mayoría de los hogares nacionales y ofrecer nuevas condiciones que no sean las de siempre: donde la parte ancha del embudo era para ellos y la estrecha para los padres de familia.
Hora de voltear la página y dejar a un lado los ominosos negociados de uniformes, libros, donaciones y demás argucias con la que daban rienda suelta a su voracidad y explotaban a los padres de familia.
Hora es de establecer una relación contractual de ganar/ganar: el tipo de relación donde se persigue el beneficio mutuo. Si no deciden funcionar en estos momentos por acuerdos y soluciones que resulten de ganancia para ambas partes, la crisis seguirá adquiriendo fuerzas y los colegios que sucumban serán muchísimos más.