Al igual que la electricidad, la evolución es una corriente de dos polaridades: una positiva y la otra negativa. La primera, la positiva, se da cuando de un estado inicial se pasa a otro donde se logra una mejora o perfeccionamiento significativo; la segunda, la negativa o también llamada involución, es cuando de un primer estado se decae a otro donde como resultado se exhiben peores cualidades que al inicio.
En el amplio y variado escenario latinoamericano somos el público cautivo de un hacer político caracterizado mayormente por este proceso de involución. Y para muestra el botón de la pandemia, que desde sus inicios echó por tierra las caretas dejando al desnudo la muestra más cruda de corrupción, ambiciones personalistas y burdas mentiras.
En medio de la tragedia sanitaria y la danza de millones ocasionada por las ayudas financieras, no son pocos los que han aprovechado la oportunidad para beneficio de sus propios bolsillos. Pero, las grandes democratizadoras de la información- las redes sociales- han permitido a la ciudadanía mantenerse al tanto de los innumerables tejemanejes echando por tierra la ya poca credibilidad con que contaban quienes administran el Estado.
Y en una reacción digna de repudio, estas figuras controvertidas recurren a las relaciones públicas y al mercadeo político haciéndose eco de la máxima goebbeliana: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Conscientes del alcance de los medios digitales, inundan la red con aseveraciones que no se ajustan a la verdad; intentando forjarse un auto retrato con virtudes y cualidades que están lejos de poseer. Proclaman logros e intenciones que, al igual que los filtros digitales muy en boga hoy, sólo maquillan la realidad. Lamentablemente, en vez de corregir los entuertos han optado por la trasnochada política de “parecer, no ser”.
Una nueva política es lo que se necesita en estos momentos críticos. Una basada en los valores y las cualidades que, como un faro, han iluminado el curso de la humanidad en sus peores momentos: integridad de carácter, honestidad, vocación de servicio público y transparencia.
Pero, para lograr esa nueva política, se requiere, también, de una nueva ciudadanía. Se requiere de un ciudadano que no permita más el arribo de oportunistas y personajes carentes de las cualidades necesarias para gobernar de la mejor manera. No pueden seguir llevando las riendas del país aquellos nefastos “líderes” que destacan por mentir y velar únicamente por sus propios intereses.
Si lo permitimos seguirá resonando la queja de siempre: ¡Pobres naciones de Latinoamérica, sometidas al yugo permanente e inescrupuloso de esta horda de bárbaros e hipócritas!