La pandemia del coronavirus ha dejado a su paso un impresionante rastro de muertes y enfermedades llevando al borde del colapso los sistemas de salud alrededor del mundo. El Producto Interno Bruto (PIB) mundial cayó a niveles alarmantes y no vistos desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial; mientras que las restricciones aplicadas para intentar controlar las olas de contagios causaron la pérdida aproximada de 255 millones de empleos.

Un escenario realmente desalentador donde millones de personas están sumidas en la pobreza y muchísimas más enfrentan la agobiante disminución de sus ingresos o un inminente cese laboral. Sin contar las decenas de miles que enfrentan las secuelas de salud con que el virus les ha marcado y los millones adicionales que sufren los embates de la angustia y la depresión.

Sin embargo, pequeños atisbos de esperanza asoman en el horizonte.

Según el informe Perspectivas económicas mundiales, publicado por el Banco Mundial a principios de enero de este año, la ansiada recuperación económica presenta dos escenarios: uno negativo donde el crecimiento de la economía mundial se limita al 1.6 por ciento en 2021 y otro positivo donde la cifra se remonta hasta alcanzar aproximadamente un 5 por ciento.

¿De qué depende que se materialice uno u otro escenario? Principalmente de dos eventos: del estricto control de la propagación de virus del covid-19 y de una rápida y amplia aplicación de las vacunas.

Una conclusión desalentadora cuando paseamos la mirada en nuestro patio nacional donde una titubeante estrategia sanitaria y la improvisación hacen del control de los contagios una meta fuera de alcance en estos momentos.

Y el proceso de vacunación, por su parte, teñido también de improvisación, de secretismo y-como de costumbre- con su toque turbio, no ayuda a generar ni una poca de esperanza para una sociedad agobiada que todo lo que pide, luego de un año terrible, es que quienes están al timón del barco nacional tomen sus decisiones pensando en el bienestar de la mayoría.