La devoción a San Felipe

No es un santo que mueve masas, como lo haría Don Bosco, o los Cristo de Atalaya y Portobelo, pero si hace que el poder político y económico se arrodillen ante él. Muchas veces la devoción o sumisión, llega a extremos que hace desaparecer a otros Órganos del Estado que, en forma genuflexa, se comportan ante su presencia o para conseguir un favor o indulgencia. No hablo de aquel Santo conocido como el Apóstol de Roma, San Felipe Neri (1515-1595), sino de ese caserón de la calle 4ta, que en su momento fue Aduanas, Escuela, Banco y hoy alberga la Presidencia de la Republica.

La gente cuando se dirige a quien ocupa ese lugar, le da un cariz de semi Dios, aun cuando quien la ocupa no lo sienta así, en sus inicios. Pero con el transcurso de los años de un mandato, terminan precisamente en creerse, lo que los aduladores por 5 años le dicen y él quiere oír. No hay excepción, han circulado hombres de distintas categorías, inclusive una mujer. Al final, el Poder que sale de San Felipe se nota y así lo hacen sentir en toda la República.

Con una Constitución que le otorga poderes casi absolutos y con un Órgano Judicial complaciente, representados por “funcionarios” que según quien este, se comportan. Se apartan de la Justicia y el Derecho, para quedar bien con San Felipe. Los hay hasta zalameros con títulos de doctor, que acuden a buscar o recibir instrucciones, dejando muchas veces de lado aquella balanza que representa la Justicia, para inclinarlas o manipularlas. O simplemente esperan la bendición de San Felipe, para ser electos Presidente de la Corte cuando es algo interno.

Cuando bajamos esa loma de Ancón, nos encontramos a la Asamblea Nacional, con Diputados de gobierno u oposición que se desviven porque de San Felipe los llamen. Son capaces de apoyar leyes o impedir proyectos de leyes, solo para estar bien, sin leer ni analizar sus contenidos. Vale mas ser cercano al asesor amigo del Presidente que está en palacio, que conocer a los Ministros desechables. Los Diputados crearon su casta, legislan, manipulan, chantajean y nunca pierden. Cuantas denuncias de corrupción les cae y no pasa nada, porque la Corte complaciente no se atreve a juzgarlos, a pesar de que ellos le tumbaron la cabeza a 2 de sus miembros, en el periodo pasado.

Todos los que aspiran a llegar a San Felipe, tiene discursos bonitos, conciliadores, son los mejores constructores del futuro del país. Se comprometen a realizar un nuevo pacto social y por ende a reformar la Constitución para deshacerse de tanto poder. Cuando llegan el discurso queda en el patio de las garzas, conocen el poder que tienen y se olvidan de cualquier compromiso. Muchas veces no es que sea su forma de ser, sino los aduladores de palacios, que los hay en todos los gobiernos, los secuestran y hacen que solo vea la realidad paralela, que no es la que vive el panameño de a pie, el de las comarcas, el que está sin empleo o pasa hambre o bien aquel que la educación es una quimera.

Esa devoción muchos particulares la practican. Desde sus empresas privadas critican en público, pero en cuartos refrigerados aplauden cuando el beneficio le es otorgado. En ese mismo espacio, conspiran con vehemencia cuando sus interés no son resaltados. Usan sus medios de comunicación, según como les va, primeras planas de apoyos si al dueño y accionista del medio le va bien, pero policivas y crónicas de muerte, ultima plana si les va mal. La devoción, así como llega se va, pero la pierde solo quien ocupa la silla de San Felipe. No el taburete que quedo como anécdota, sino la silla de donde se manda y que ninguno que ha pasado por ahí ha querido desprenderse. Se olvidan de esos que ven cuando suben la escalera y les toca verlos al bajar nuevamente.

Ojalá esta pandemia haga que muchos entiendan que el poder es efímero, así como la vida, que vale más el honor, el criterio propio y hasta una renuncia, cuando no se está de acuerdo con algo que se hace mal. Nunca dejaran de existir los lamebotas, como decía en los tiempos de los cuarteles, porque es su modus vivendi, sin eso nunca llegan a ningún lado. Pero la inmensa mayoría del panameño no necesita más que inclinarse ante Dios, antes que someterse por un cargo, un salario o una prebenda a la hora de tomar sus decisiones personales, judiciales o administrativas, que a toda luces sean contrarias a derecho. Así veo las cosas y así las cuento.

 

ABOGADO EX EMBAJADOR

 

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