Desde que me enteré de su partida, esta semana, le he dado vueltas y vueltas al compromiso de escribir estas líneas. Así porque a César Augusto Carrasquilla Vásquez me unió una larga amistad que no se va detener ahora, porque tengo mis convicciones sobre este asunto de la muerte.
Aunque en el último año, desde que su afección cardíaca, el ritmo de comunicación bajó notablemente y era lógico por su debilitado corazón, por varios años mantuvimos contactos semanales, a veces por esta vía, por WhatsApp, o las veces que venía la ciudad. Siempre que venía nos veíamos, en algún restaurante y analizábamos la situación del país, porque su condición de diácono jamás le impidió estar al tanto del curso de la vida política nacional.
Era un analista entusiasta, siempre atendiendo a las proyecciones y comprometido con los mas humildes. Y es cierto, fue integrante de las filas comunistas del Partido del Pueblo, como han dicho varias notas sobre él, pero en algún momento de su vida llegó a la convicción de que los principios de unos y otros, de comunistas y cristianos, no estaban tan distantes, aunque en lo que diferían era en las vías para llegar a la feliz repartición de los panes y los peces, al tránsito inevitable del camino de Emaús.
Y aun cuando los riesgos se corren en ambas estructuras, tanto la de la iglesia como la del partido, César reconoció en los cristianos a un pueblo de lealtades permanentes, porque pese al sacrificio del hijo de Dios, 2000 años después acude puntual a sus aposentos y ratifica su fe.
No hubo conversación que sostuviéramos donde no estuviera presente la suerte de los pobres, los abismos crecientes entre ellos y los más beneficiados, muchos de estos últimos gente de buena vena, y otros no tanto. Sabía que en la política estaba la suerte de la sociedad, en la fe la posibilidad de que los que se desempeñan en ese campo miren a la sociedad desde un ángulo más humano.
Antes de las elecciones de 2019 le dimos bastante tratamiento a lo que podría sobrevenir, coincidimos en las perspectivas electorales y en las posibilidades que se abrían para el país. Como coincidíamos también en la necesidad de que la sociedad panameña se reencontrara, en que hubiera un fin para los egoísmos que engrosan los intereses y que la hace tan fraccionada.
Lamento tu partida amigo, hombre fraternal y de gestiones humanistas sin fin. Sé que estarás bien, no hay otra ruta para la gente buena. Solo espero que nos volvamos a ver, para compartir balances y predicciones, como los brujos sanos que se ríen de si mismos porque saben que sus ritos solo tienen un propósito: servir a los mas vulnerables. Hasta luego César.