La crisis del Covid-19 ha puesto en jaque múltiples aspectos del mundo tal cual lo conocíamos- no sólo el concerniente a la salud- y ha provocado la aceleración de cambios en distintos niveles de la vida cotidiana.
Las clases impartidas por vías online, la explosión del comercio electrónico, las compras por medios digitales, la comunicación interpersonal volcada a los medios tecnológicos al igual que la atención médica, entre muchos aspectos. Las medidas de cuidado establecidas para lidiar con la pandemia han trastocado toda la realidad.
Y uno de los aspectos más sensitivos es el relacionado con la libertad: la libertad individual, la libertad del ciudadano que se debate en medio de la crisis sanitaria. ¿Hasta qué punto el Estado puede imponer medidas que afecten esa libertad? ¿Cuánto terreno libertario está dispuesto a ceder el ciudadano ante la crisis? ¿Cómo conjugar la libertad con el bien mayoritario?
Lo ocurrido en Italia en los últimos días es un síntoma inicial de lo que ese dilema puede provocar. En ciudades como Turín y Milán se han generado protestas violentas ante las nuevas medidas de cierre de bares, restaurantes y otras actividades anunciadas por las autoridades ante el aumento de los contagios provocados por el coronavirus. Las autoridades anunciaron que buscan “recuperar el control de la curva epidemiológica y evitar que su aumento continuo pueda comprometer la eficacia del sistema sanitario”.
El escenario italiano puede ser el polvorín que encienda la mecha de la rebelión alrededor del mundo causando explosiones de violencia entre las poblaciones cansadas de las cuarentenas impuestas y ahogadas por la angustia reinante en medio del desastre económico que deja como legado la pandemia.
Pero, la libertad nunca marcha sola. A lo largo de la historia ha desfilado tomada de la mano del bien común. Las grandes gestas libertarias como la francesa y la norteamericana tenían la proa visionaria apuntando hacia el bien mayoritario, hacia el bienestar de todos.
Los tiempos que corren son inéditos: sin soluciones conocidas de antemano. Las ansias de libertad son válidas, pero no pueden pasar por encima del bienestar de la mayoría: no pueden poner en riesgo ni la salud ni la vida del resto de los agremiados sociales. Ya son más de un millón de muertos a causa del covid-19: demasiados como para ser indiferentes a la suerte de quienes nos rodean.
Las medidas pueden ser duras, pero tomadas sobre supuestos razonables y con la finalidad de controlar la amenaza sanitaria, no pueden ser ignoradas. La libertad- decía el dominico francés Henry Lacordaire- es el derecho de hacer lo que no perjudique a los demás.