En sus ya casi olvidados Aforismos, el científico y escritor alemán Georg Lichtenberg señalaba que sólo existen cuatro principios de la moral: El filosófico, que apunta a hacer el bien por el bien mismo; el religioso, donde se busca el bien porque es la voluntad de Dios; el humano, donde se hace el bien porque así lo reclama el bienestar propio, y; el político, donde hacer el bien se requiere para prosperidad de la sociedad de la que formas parte.
Cualquiera que sea la variante practicada por cada ser humano, obliga tanto al respeto como a la admiración porque construir una vida orientada en principios exige además de inteligencia y voluntad, de un carácter a toda prueba.
Ahí radica, tal vez, la desgracia de nuestra Latinoamérica: gobernada por castas políticas y económicas carentes de un norte, de una estrella que trascienda y supere sus estrechos apetitos. Asfixiada por una élite y sus secuaces que, al carecer de ideales superiores, la llevan de tumbo en tumbo, arrastrada simplemente por los pequeños intereses de una camarilla egoísta y voraz.
Para las fotos y la opinión pública, se suscriben a principios que únicamente figuran escritos en las hojas de sus discursos: sus acciones y ejecutorias dejan traslucir otros parámetros, totalmente opuestos a los que en público pregonan.
Y estas taras terminan por teñir el discurso y la acción con una incongruencia ofensiva para el ciudadano común: lo que antes era vicio, durante sus reinados se convierte en virtud; lo que antes era despreciado, en sus gestiones se hace digno de aplausos. Tal cual sucede en nuestro estrecho horizonte con algunas perversas planillas que, por arte de birlibirloque, ahora son justificadas por quienes deberían ser auditadas.
En las actuales circunstancias, donde sobran las necesidades y escasean los recursos, lo que se impone es la gestión efectiva y el uso adecuado de las arcas públicas. Todo ello acompañado de la más absoluta transparencia y rendición de cuentas. Actuar de manera contraria es encender el mechero sentados sobre el tonel de pólvora.