Texto: Luis Acosta (Bogotá, Colombia)
Panamá, es como una hermana lejana, pero siempre presente en el alma colombiana, evoca sentimientos de nostalgia y, a veces, un susurro de envidia. Al punto que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en un arranque de anhelo expresó en un discurso: “Debemos recuperar a Panamá,” despertando ecos de inquietud en tierras panameñas. La historia de esta relación es un río de afecto y tensiones, que fluyó desde su unión a la Gran Colombia hasta las encrucijadas actuales.
Es una relación tejida en raíces compartidas y sueños divergentes. Desde que Panamá emprendió su propio camino en 1903, los vínculos entre ambos países se han hilado con un vaivén de afectos y desencuentros, pero siempre con un fondo de mutua pertenencia. Panamá se percibe en Colombia como una hermana que emprendió su propio rumbo, y esa independencia, tan ligada a nuestra historia, ha dejado huellas que ni el tiempo ni la distancia borran.
Para muchos colombianos, Panamá se revela como tierra de oportunidades. Su economía sólida y estratégica, con su Canal y la Zona Libre de Colón como joyas, atraen a quienes buscan prosperar en un entorno que parece prometer, y cumplir, un futuro mejor. La cercanía geográfica invita a emprender sin alejarse demasiado del hogar, y, para los más maduros, Panamá ofrece también un refugio sereno donde envejecer con dignidad en una tierra de horizontes amplios y promesas cumplidas.
Culturalmente, la identidad panameña resuena en el alma colombiana como un eco familiar. Hay algo de nosotros en ellos, y algo de ellos en nosotros. La música, la gastronomía, la cadencia de la vida reflejan una complicidad histórica, mientras artistas de ambas tierras se unen en el pulso del reguetón y la salsa, tejiendo puentes invisibles que acercan corazones a través de melodías compartidas. Pero también hay contrastes; a veces, los colombianos sienten que los panameños llevan una reserva que contrasta con nuestra efusiva calidez. Y aun así, esa distancia, más que separar, es una lección de respeto que une.
La migración colombiana hacia Panamá ha dejado huellas profundas en la tierra canalera. En tiempos de crisis, muchos colombianos hallaron refugio allí, y con ellos llevaron su espíritu, sus sabores y su historia. Aunque algunos enfrentan el reto de la discriminación, muchos otros construyen un camino que dignifica y enaltece a ambos pueblos. La huella de la diáspora colombiana late en las calles, en los negocios, en la vida cotidiana de Panamá, y poco a poco, las generaciones de Colombianos, nacidos en tierras canaleras, fortalecen la unión de los dos países.
Para el viajero colombiano, Panamá se muestra como un puerto seguro y luminoso. Sus playas de ensueño, sus islas de verdor y su cielo cargado de historia y modernidad seducen a quienes buscan un paraíso cercano. La imagen de Panamá se pinta en el imaginario colombiano como un destino amigable, un rincón donde la aventura y la paz se encuentran.
Al final, lo que queda es un lazo invisible, una hermandad que persiste a través de los tiempos y los retos, una nostalgia que nos recuerda que alguna vez fuimos uno solo. La relación entre Colombia y Panamá es una danza sutil de cercanía y respeto, un abrazo silencioso entre dos naciones que se saben más unidas de lo que a veces desean reconocer.