Boby Tzanetatos­: Un guerrero empresario

La Bitácora

Ebrahim Asvat. Abogado

Acabo de terminar de leer la biografía de quien en vida se llamó Haralambos Tzanetatos. “Boby”, como fue conocido por todos. La narración quedó en manos de María Mercedes de la Guardia de Corró. De don Boby se pueden decir muchas cosas. Lo conocí a través de mi mentor, Ricardo Arias Calderón. Luego, como accionista del proyecto urbanístico de Costa del Este.

Nuestros encuentros siempre fueron esporádicos, pero, de una u otra forma, conectados. Si tuviera que describir su capacidad empresarial lo asemejo a un gladiador o guerrero. Frente a las muchas adversidades en la vida, siempre miró hacia adelante y no se dejó amedrentar por los vaivenes de las aventuras económicas a las que se enfrentó. Sí, tuvo muchos fracasos y muchos éxitos. Sus éxitos económicos lo sobrepasan. Y su sentido social como sus habilidades para interactuar dentro de diferentes contextos sociales, tiene sus méritos.

  Aquí nos encontramos con un adolescente que, sin conocer el idioma español, trabajó diez y doce horas, haciendo de todo en el barrio de El Chorrillo. Enfrentó todo tipo de dificultades. Este inmigrante griego, huyendo de los conflictos armados de su país y sin ningún tipo de preparación académica, únicamente con su pasión, fuerza interior, templanza y sacrificio, logra construir industrias, negocios, un imperio comercial, trasciende fronteras con otras inversiones en su país natal y en Estados Unidos.

Pero quien se atreve en los negocios sabe cómo son los gajes del oficio empresarial. Existe una confianza muy íntima que en el tiempo, como siempre, la rueda de la fortuna girará a su favor.

 Un hombre con esa capacidad de lanzarse en aventuras económicas, solo se puede explicar por esa energía interior que cualquiera en su sano juicio lo describiría como suicida, pero para él siempre era como un proyecto en construcción donde en el camino se decide lo que debe realizar, aprender y entender para transformarlo en un negocio rentable.

  Siento una gran admiración por esos inmigrantes que llegaron a nuestras costas en el Siglo XX. Sin educación o experiencia alguna llegaron a construir empresas, generar empleos y riqueza. Son ejemplos de todo lo que como país nos falta por construir. Esa ambición, esa fuerza, esa pasión no se adquiere en la Escuela de Negocios de Wharton, Stanford o Harvard. Es una dinámica que se enciende cuando te encuentras acorralado sin ninguna otra opción que la de flotar o ahogarte y tu firme convicción de sobrevivir.

 Boby, en ese sentido, fue un hombre singular. Nunca se detuvo a pesar de los varios fracasos que sufrió en su vida empresarial y personal. Y construyó más de lo que perdió en el camino. Sus actividades comerciales fueron variadas: de distribuidor de comestibles, a industrialista, a hotelero, promotor inmobiliario, ganadero y cafetalero. Su entusiasmo por los negocios lo llevó a incursionar en diversas actividades, razón por la cual quizás la imposibilidad de manejar las diversas complejidades de cada uno de ellos sin un equipo profesional que lo acompañara, le generó en el ocaso de su vida dificultades económicas.

 Su problema no lo describo como un desbalance entre sus activos y pasivos, sino más bien como un problema de flujo o liquidez para enfrentar sus obligaciones financieras. Pero quien se atreve en los negocios sabe cómo son los gajes del oficio empresarial. Existe una confianza muy íntima que en el tiempo, como siempre, la rueda de la fortuna girará a su favor. Nuestras escuelas de negocios necesitan estudiar a estos grandes empresarios como Boby Tzanetatos, Alberto y Roberto Motta, Carlos y Fernando Eleta, los hermanos Harari, Federico Humbert, Lew Rodin y tantos otros.  De Cero construyeron grandes empresas. Algo más que números, fórmulas, o títulos universitarios. Boby construyó en nuestro país y lo hizo suyo. Y yo digo Amén por eso.

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