La pregunta inquietante

En la biografía que le escribió Walter Isaacson, Elon Musk confiesa que su hijo Saxon, que sufre de autismo, le hizo en cierta ocasión una pregunta muy poco convencional: ¿Por qué el futuro no se parece al futuro? La interrogante se le grabó a fuego en la memoria y recurre a ella con insistencia en cada una de las crisis creativas que lo han empujado a convertirse en uno de los personajes más innovadores de este primer cuarto de siglo.

Esa misma pregunta viene a pelo cuando tendemos la mirada sobre nuestro escenario nacional: ¿Por qué el futuro no se parece al futuro?

Porque los gobernantes que han manejado el país a lo largo de los últimos quinquenios han resultado una copia al carbón del pasado. Las propuestas sobre el futuro que le prometen al país no trascienden, siquiera, un par de centímetros más allá del lamentable presente en el que lo mantienen atascado: hundido en un pasado de ayudas oficiales, de dependencia a las limosnas gubernamentales, de espacios en la planilla estatal; en fin, amarrado permanentemente al yugo de sus particulares ambiciones. La especie política que ha pelechado del poder indefinidamente es incapaz de construir un futuro distinto. Y, aunque pudiera, tampoco lo haría porque para ellos es mejor seguir en las mismas: en la riqueza instantánea a costa de las arcas públicas, montados en el potro del poder para ampliar y fortalecer sus privilegios, para abonar sus intereses particulares y valerse de la maquinaria y los recursos del Estado para acumular ventajas, además de riquezas tan repentinas como inexplicables.

La presente campaña no da visos de nada distinto: carece de indicios que hagan sospechar que algo cambiará para mejor. Los candidatos apuntan a mantener la situación tal cual: desde el que aspira sentado en la silla de copiloto del gobierno actual, hasta aquél que vocifera y fanfarronea asomado a la ventana diplomática.

“Quiero que el futuro se parezca al futuro”, es el mantra que contrapone Elon Musk a la pregunta del pequeño Saxon. También es la expectativa que anida en un mayoritario sector de la ciudadanía, que aspira a un Panamá distinto; un Panamá de oportunidades, próspero, donde el trabajo consistente y el talento sean valorados; un país de orden y ley donde no reine la impunidad. En fin, un país que no pueden construir quienes, con las promesas y la demagogia acostumbrada, pretenden ganarse la oportunidad de llevar las riendas para el siguiente quinquenio.

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