Panamá agoniza bajo el peso de una polarización política que día a día carcome los cimientos mismos de la patria. La intolerancia y el sectarismo se han adueñado del debate público, envenenando la convivencia y obstruyendo cualquier posibilidad de consenso sobre los graves problemas que nos aquejan. Esta peligrosa deriva, que según la encuestadora IPSOS alcanzó en el último año un pico histórico de animadversión entre distintos sectores nacionales, pone en riesgo logros sociales que costó décadas consolidar.
El momento exige grandeza de quienes aspiran a conducir el Estado. Urge bajar las aguas con gestos de cordura, mano tendida y vocación de encuentro con el que piensa distinto. Se necesitan líderes que antepongan los supremos intereses de la nación a las mezquindades del provecho personal o partidista. De lo contrario, nuestro barco derivará irremediablemente hacia arrecifes donde encallaron otras tristes experiencias latinoamericanas. Y habremos defraudado a las futuras generaciones, a quienes les debemos heredar una casa común habitable, que propicie su desarrollo, realización y felicidad.
Aún estamos a tiempo de enderezar el rumbo. Pero se nos acaba la cuerda. Más que nunca, es necesario que las fuerzas vivas de la nación alcen la voz para decir ¡basta! a la polarización estéril y que propicien el reencuentro con la sensatez. No hay derecho a arrebatarle el futuro a nuestros hijos. El momento de actuar es ahora.