El corazón desmoronado

En el documento titulado Partidos políticos en la democracia y publicado hace diez años por la Fundación Konrad Adenauer, se establece que la función primordial de aquellos es servir como canales de comunicación entre los ciudadanos y las instituciones. Además, en los mismos se integran los diferentes intereses, opiniones y creencias de un grupo considerable de ciudadanos que se unen con la intención de influir sobre las instituciones representativas y los gobiernos para lograr los cambios sociales que consideran necesarios y pertinentes en la materialización del tan anhelado “bienestar general”.

Cuando los partidos políticos desnaturalizan su propósito y dejan de representar los intereses de la sociedad para velar por los de un pequeño grupo, se allana el camino para que surjan alternativas políticas que no siempre están comprometidas con los valores democráticos. Al no sentirse representados, los ciudadanos ven disminuida su confianza en el sistema y dirigen sus simpatías hacia movimientos radicales que enarbolan la bandera de cambios drásticos e inmediatos; lo que abona el terreno para que se instauren la polarización y la inestabilidad política. En semejante escenario no resulta extraño que prospere la corrupción con su desfile de sobornos, nepotismo y desigualdad. Los partidos dejan de ser un agente de cambio político positivo y degeneran en instrumentos para negociar espacios políticos, privilegios y prebendas.

El futuro no puede ser más sombrío para una nación infestada de estos partidos sin ideas, valores ni intereses legítimos que apunten al bienestar de las mayorías ciudadanas.

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