Entre las diez estrategias de manipulación formuladas por el lingüista Noam Chomsky, destaca una en particular: la relativa a la distracción. No hay herramienta de control social más efectiva que desviar la atención del público de los problemas sustanciales inundándole de incesantes distracciones y de eventos e informaciones irrelevantes. El secreto radica en impedir que la gente se interese por los asuntos importantes, que su mirada se ubique lejos de los verdaderos problemas y de los asuntos que los grupos de poder desean mantener escondidos o ausentes de la discusión pública.
Y esa manipulación el país la ha sufrido con demasiada frecuencia por parte de grupos que acechan en la sombra y se valen de cualquier recurso para mantener adormecida la conciencia crítica de la ciudadanía: desde mundiales de fútbol hasta la algarabía de carnaval, pasando por crisis menores utilizadas como cortinas de humo tales como las luces y los desfiles navideños.
Durante la última semana las luces pirotécnicas de dos anteproyectos de leyes que atentan contra la libertad asumieron el protagonismo mientras permanecen fuera de foco problemas de envergadura como la crisis del sistema de pensiones y el cuestionado proyecto de instalación de plantas procesadoras de oxígeno que, a un costo de poco más de 100 millones de dólares, pretende ejecutar la Caja de Seguro Social, protagonista de la potencial quiebra que, de concretarse, pondrá en jaque la estabilidad financiera y social del país.
Los daños causados por la manipulación social resultan tan graves como los ocasionados por cualquier otra epidemia, porque destruyen la capacidad de identificar lo realmente importante. Y un ciudadano incapacitado para concentrar la atención en lo medular, es presa fácil de los oportunistas y de las castas que anteponen sus intereses particulares sacrificando el bienestar general de la sociedad.