Mancuernas peligrosas.

Fue el sociólogo alemán Georg Simmel quien planteó acertadamente que la confianza juega un papel clave como fuerza socializadora. Sin ella, cualquier esfuerzo por construir un grupo, comunidad o nación, está condenado al fracaso. Y no son pocos los que señalan que será imposible superar la actual crisis de legitimidad que sufre la democracia, si antes no se logra restaurar la confianza de los ciudadanos en las instituciones y los actores que la conforman y construyen cotidianamente.

Según apunta el Latinobarómetro, comparada con otras regiones del mundo, nadie le gana en desconfianza a Latino América. Aquí los índices de desconfianza interpersonal alcanzan un 88 por ciento. Y en otros renglones la cosa no pinta mejor: el 73 por ciento de los ciudadanos desconfían de los gobiernos; el 75 por ciento lo hace del poder judicial; y el 80 por ciento desconfía de las instituciones legislativas; mientras que el 87 por ciento muestra aprensiones ante los partidos políticos.

Por si no fuera suficiente, un reciente estudio destaca los preocupantes niveles que alcanza la polarización del debate público: la mayoría de los interlocutores se ubican en los extremos, mientras que muy pocos se acercan al centro del espectro, que es donde se hace posible alcanzar acuerdos y consensos.

La amenaza es real y por partida doble: la polarización y la desconfianza reinantes plantean retos que claman por atención inmediata: ninguna nación ha prosperado dando la espalda a esos problemas.

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