Foto: Edward Ley Ortíz.

Nunca es tarde para aprender.

Estudiantes del programa Muévete por Panamá en Guna Nega. Foto: Edward Ley Ortíz.

Es una clase poco convencional.  Para empezar, no se reúnen en una escuela: son solo apenas 8 estudiantes y la maestra es la más joven del grupo. Los estudiantes tienen en común dos elementos clave: apenas saben escribir su nombre y están dotados de una pertinaz determinación de aprender a hacerlo con fluidez.

Sus edades son tan diversas como sus peculiaridades: el más joven de los estudiantes, José, tiene 34 años y su compañera, con mayor edad, unos 43 años más. Sí, es una abuelita de 77 años y se llama Graciela; ambos se reúnen con otras 6 compañeras 4 días a la semana, durante dos horas, para aprender a leer y escribir.

Estudian con un método cubano llamado “Yo Ayudo” que se implementa a través del programa de alfabetización Muévete por Panamá, que desarrolla el Ministerio de Desarrollo Social.

Los inicios

El grupo se reúne en la sede de la Asociación Guna, de la comunidad Guna Nega, en las entrañas de Cerro Patacón. Todos los que integran el grupo son gunas y vecinos. Hace poco más de un mes la maestra de la clase, Zariyey Pacheco, también vecina de Guna Nega, empezó a trabajar en la dirección de Alfabetización del Ministerio de Desarrollo Social y enseguida se unió al grupo de voluntarios del programa Muévete por Panamá. Así, junto a dirigentes comunitarios, reunieron a una decena de personas dando origen al grupo de estudiantes que ahora atiende.

La aventura de ese proceso de enseñar y aprender no solo desafía las barreras de la edad: también deben sortear el asunto del idioma. Los estudiantes no hablan con fluidez español, “entienden bastante”, explicó la maestra Zariyey, mientras enviaba a buscar un intérprete para que sus estudiantes pudieran conversar con el equipo de Destino Panamá.

Las Historias

En la clase el ánimo se vuelve contagioso, todos parecen muy enfocados mientras observan un video que contiene la teoría del programa de aprendizaje “Yo Ayudo”, creado en Cuba y que combina números y letras para que sus estudiantes aprendan a leer y escribir.

Luego de unos minutos de teoría, la maestra entra en acción y les guía en el desarrollo de ejercicios prácticos; “se emocionan con sus propios avances”, dice la maestra voluntaria de 23 años.

Se refería a la expresión de satisfacción con la que Graciela, su estudiante de más edad, regresaba a su asiento tras una exitosa incursión por una práctica en el pizarrón.

“Estoy aprendiendo”, dice la mujer de 77 años y baja estatura. Vestida a la manera tradicional guna, parece muy contenta de recibir las clases: “quiero aprender, hacer mis cosas, leer la Biblia cuando voy a la iglesia, no que alguien me tenga que estar diciendo lo que está escrito”, dice con determinación.

Relata que cuando era niña sus padres no la enviaron a la escuela. En la comarca, a mediados del Siglo XX, algunos adultos de la etnia guna veían ciertos peligros en permitir que sus hijos salieran del sistema de la comunidad. “Mi mamá decía que en la escuela me iba a enamorar, por eso no me dejó ir”, cuenta Graciela y explica que la prohibición se mantuvo hasta cuando fue una adolescente, a punto de ser adulta. “Entonces yo le dije que no, porque ya tenía marido”, dice mientras disimula una sonrisa. “Yo habría sido maestra o doctora”, asegura Graciela.

Una de sus compañeras es Melitona López, que tiene 76 años y nació también en la Comarca Guna. Quedó huérfana desde que tenía un año y eso complicó todas sus posibilidades de ir a la escuela en su niñez, pero el paso del tiempo no le ha borrado la candidez de la infancia y sonriendo con algo de timidez asegura que poder escribir su nombre es una alegría que le hace latir el corazón “duro”.

Foto: Edward Ley Ortíz.
Melitona López practica escribir su nombre para poder cambiar su cédula. Foto: Edward Ley Ortíz.

El único varón de la clase es José, que se percibe como un niño a sus 34 años, rodeado de sus compañeras que cuando menos han nacido 11 años antes que él. José también es huérfano y se crio con su hermana. A pesar de ser el más joven de la clase su visión es la menos efectiva, pues padece de cataratas y tiene severas dificultades para leer. Ese coctel de circunstancias le hizo imposible asistir a la escuela en la edad adecuada, pero decidió sumarse al esfuerzo de “Muévete por Panamá” para mejorar sus conocimientos.

Son 8 historias que reflejan la realidad de 3 mil 506 panameños que al igual que éstos aprovechan el programa de alfabetización para aprender a leer y escribir. Es una cifra que parece alta, sin embargo, según datos del Ministerio de Desarrollo Social, en el país hay 168 mil 140 personas que no saben leer, ni escribir; es decir poco más del 4 por ciento de la población y 50 veces más que la cantidad de personas en el programa Muévete por Panamá.

Pero para Melitona, Graciela, José y sus compañeros, esos son números demasiado complejos; para ellos la meta estará lograda cuando puedan ir a cambiar su cédula y escribir su nombre en el sitio en el que hoy aparece la frase: “No firma”.

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