En 1999 apareció publicado un artículo titulado El fin del petróleo barato. En el mismo, los autores pronosticaban el máximo de extracción en los siguientes diez años, luego de lo cual los precios se incrementarían considerablemente, con el consiguiente daño a la economía. Cuando se hizo público dicho artículo, Antonio Turiel, un físico y experto español en temas de combustible, hacía su doctorado en Francia. Este estudioso lleva doce años anunciando una gran crisis energética y durante los últimos años ha insistido en que el mundo se enfrentaba a una inminente escasez de diésel. Hoy los hechos parecen confirmar sus inquietantes profecías.
Aunque agravada por la guerra entre Rusia y Ucrania, ya antes de la ofensiva la demanda mundial de diésel excedía con creces a la oferta. La pandemia del coronavirus y las cuarentenas que le acompañaron impulsaron el desplome en el uso de los combustibles, obligando a las refinerías a que se redujera la producción de diésel. Cuando, a partir del 2021, la economía volvió a reactivarse, la demanda aumentó a mayor velocidad que la oferta; lo que se agudizó aún más con la reanudación de los vuelos comerciales porque el combustible de los aviones utiliza la misma parte del petróleo que se usa para el diésel.
El diésel es el combustible que mueve la industria del transporte de carga. Los alimentos, medicinas y hasta la gasolina que se vende en las estaciones son transportadas por camiones que utilizan este combustible. Los barcos, las maquinarias que se requieren en la agricultura, la mayoría de los buses del transporte público, los trenes y un mayoritario porcentaje de la industria se mueve gracias al diésel.
“Prácticamente todo lo que tú compras se envía en algún momento en un camión que funciona con diésel”, expresa el economista y experto en energía, Phil Verleger, quien augura que la crisis en el suministro del mismo elevará hasta los 10 dólares el precio del galón en los Estados Unidos. Esta escalada de los precios agravará aún más los problemas que ya enfrenta el mundo, entre ellos el de suministro y altos precios de los alimentos. Los elevados precios del diésel, podría obligar a reducir el tamaño de las áreas sembradas con la consiguiente disminución de las cosechas; lo que aumenta la certeza de la potencial hambruna que amenaza a millones de seres humanos alrededor del globo.