Si a lo que se aspira es a una saludable vida comunitaria, el respeto es un requisito de carácter obligatorio; así como también es obligatorio que el mismo sea una práctica recíproca que camine en dos direcciones. Entre mayor sea el nivel de respeto practicado dentro de una sociedad, mayor será el grado de desarrollo al que se puede aspirar dentro de la misma; en ausencia de aquél, sólo el caos reinará. Orden, ley y respeto figuran como las bases fundacionales de una nación que se precie de civilizada.
Dentro de este panorama, los agentes del orden público juegan un papel relevante en la función de velar porque se cumpla con las normas reconocidas; pero, también, en el de ejercer como modelos del cumplimiento de las leyes. Lamentablemente, son demasiados los policías que actúan como si el uniforme o la placa les eximiera de cumplir con lo que dicta el sistema legal e incluso, la constitución. No resultan poco frecuentes los casos de agentes policiales violando las normas de tránsito o abordando a los ciudadanos con los modales y la arrogancia propias de quienes se creen por encima de la ley; el abuso policial y el absoluto desprecio por los derechos constitucionales del ciudadano no están ausentes del escenario local. Pero, la falta de respeto se hace presente en ambas partes de la ecuación: ahí está, para muestra, el ataque ejecutado por un ciudadano en contra de un oficial de la policía quien, además de la tunda, recibió una incapacidad médica de doce días. Al ser llevado ante una autoridad judicial, el agresor recibió como castigo presentarse a un despacho para estampar su firma un par de días a la semana. Mal precedente que, aunque lo justifique cualquier recoveco del código legal, no logra sino dejar la puerta abierta para que en el futuro se repitan hechos semejantes.
Es necesaria una policía con una sólida formación en el respeto a las leyes y a los derechos ciudadanos, así como también resulta indispensable, para una sana convivencia social, un ciudadano respetuoso de las leyes y de los agentes a cargo de velar por el cumplimiento de las mismas. Permitir que se repitan hechos como el anotado, es darle luz verde al quebrantamiento del orden y propiciar el caos. Sólo la práctica del respeto mutuo impedirá caer en ambos extremos.