Desencantos peligrosos

 

Una interrogante de vieja data deambula en la amplia extensión del panorama latinoamericano y criollo: ¿Los partidos políticos resultan de alguna utilidad para el ciudadano común y corriente? Porque no han sido pocos los individuos, los grupos y las ocasiones en las que esas instituciones han temblado envueltas en los atronadores griteríos que exigen su erradicación.

En su expresión más simple, los partidos políticos son organizaciones que integran y representan diversos intereses dentro de la sociedad en la que se desempeñan. Y aunque la multiplicidad de sus funciones se ha expandido a lo largo del tiempo, la educación cívica y la promoción de la participación política continúan ocupando un lugar preponderante en su prontuario.

Para el estudioso político y académico inglés, Alan Ware, resulta difícil imaginar la existencia de una política sin partidos: la democracia moderna, asevera, es impensable sin la participación de ellos. Aunque, seamos claros, ya no es el único canal para movilizar a la ciudadanía: en las últimas décadas han surgido otras instituciones que le han plantado una fuerte competencia, entre ellas los sindicatos, las iglesias, las asociaciones empresariales y cívicas, los diversos movimientos sociales que arropan las más variadas causas; la lista es extensa. Sin embargo, los partidos siguen siendo necesarios para intermediar entre el ciudadano común y el poder político: de la existencia de los mismos depende la permanencia de la democracia.

En nuestra nación las cifras señalan que un millón 608 mil 948 personas figuran inscritas en partidos políticos: ¡el 40 por ciento de la población! ¿Cómo se explica, entonces, el profundo desencanto hacia estas instituciones? Tal vez ese sentimiento descanse en que los partidos han abandonado sus funciones originales y se han reconfigurado en clubes elitistas al servicio de los particulares intereses del pequeño grupo que los dirige o de aquellos que, desde afuera, los financian.

Las mayorías, abandonadas juntos a sus expectativas y utilizadas como monedas de cambio en los torneos electorales, no se sienten ya representadas por esos grupos políticos que en el camino dejaron tiradas las ideas, los planes y-si alguna vez los tuvieron- los programas para gobernar a favor del bienestar mayoritario.

Comparte esta Noticia
Escribir Comentario