Desde pequeños, nuestros padres nos enseñaban como tomar los cubiertos, como sentarnos en la mesa, y gradualmente fuimos asimilando el conjunto de reglas mínimas para comportarse en sociedad.
Todos esos conocimientos que recibimos de nuestros padres, fueron recibidos de sus padres, y éstos de los padres de ellos de manera ascendente, quizás aplicando normas de conductas que algunos denominan el sentido común, o siguiendo “el Manuel de Urbanidad y Buenas Maneras” de Manuel Antonio Carreño.
No olvidemos, que para ese entonces no existía tecnología de punta (internet), ni todos tenían acceso a los libros, ya que era información valiosa que solamente podía recibir la alta sociedad.
Este autor de origen venezolano nacido en 1812 y que falleció en París, Francia en 1874, compiló un documento que sigue siendo objeto de estudio, y el pilar de las reglas de Protocolo más de 148 años después.
El Documento, dentro de su interior brinda recomendaciones para la forma apropiada de conducirse de las damas y de los caballeros.
Muchos años después hemos observado, como las nuevas generaciones han ido abandonado esa guía y esa conductas de respeto mínimo, llevándonos a desenvolvernos en un escenario vulgar, decadente, donde lo corriente y lo obsceno toma fuerza.
Lo que antes era la construcción de una sociedad con principios y valores, se ha convertido en un desierto con un terreno estéril, donde es imposible que germine una sociedad culta y educada que forme generaciones de buenos individuos que dirijan al país en el algún momento de la historia.
La semana, que acaba de pasar se hizo público el escándalo de unos funcionarios que emplearon las instalaciones y recursos del Estado para actos inmorales, que evidentemente riñen con la ley.
Hay un Código Uniforme de Ética de los Servidores de Públicos (Decreto Ejecutivo 246 de 15 de diciembre de 2004) publicado en la Gaceta Oficial 25,199 del 20 de diciembre de 2004, que claramente establece la forma en que debe desenvolverse un funcionario público.
Esto sin olvidar las disposiciones sobre peculado en sus diversas modalidades, que regula el Código Penal sobre esa materia.
Muchas personas han sido recurrentes, que esta práctica es usual en el sector público, por lo que me pregunto ¿los supervisores o jefes inmediatos no lo saben o solapan este tipo de actos inmorales?.
Esto es sencillamente delicado, trabajar para el Estado debe ser una distinción y hacer carrera en él también. Son muchas las políticas encaminadas a brindarles mejores condiciones a estos trabajadores, quizás no con la agilidad que se debería, pero se está trabajado en ello.
Esas personas como trabajadores de la Cosa Pública, deben ejercer y desempeñarse con la sobriedad que amerita el cargo que ocupan. Para no comprometer la imagen de la Institución ni la imagen del Estado.
Hechos como los difundidos en las redes sociales, nos evidencia el poco nivel que hay en el sector público y la indiferencia de quienes lo dirigen.