Recorremos esta semana, en La Historia Habla la historia de la lengua de Cervantes y Quevedo, del Inca Garcilaso y de Octavio Paz. La lengua en la que millones de personas se entienden, se enamoran y con la que exigen, se ríen y se lamentan, el castellano.
Terminábamos en la última entrega con esas primeras glosas en un romance que ya no era latín, sino otra cosa, algo que hoy nos suena muy lejano y extraño pero que ya era, en aquel lejano siglo X el germen de nuestro idioma.
Pero la historia de España no ha sido sencilla y los ires y venires de conquistas y conquistados llevaban y traían palabras al idioma.
El latín vulgar había sido asimilado por los pueblos germánicos que invadieron la península, en las postrimerías del Imperio romano a partir del año 409 de nuestra era, tribus de suevos, vándalos, alanos y los visigodos. Estas tribus se asentaron mayormente en el norte y el centro de la península, dominando durante varios siglos el territorio. En el protocastellano del siglo X encontramos muchos germanismos como robar, guardar, dardo, albergue, bandido, embajada, orgullo, escarnecer, ropa, ganso, aspa, guardia, espía, tapa, brotar… También es un germanismo el sufijo –engo que encontraremos en palabras como abolengo. Y una gran cantidad de nombres propios que aún hoy en día son de uso común como Álvaro, Fernando, Rodrigo y Gonzalo.
Mahoma predica la guerra santa en el siglo VII y en el año 711 tribus árabes invaden la península, sólo necesitan 7 años para vencer la resistencia de los visigodos y enseñorearse de casi todo el territorio. Los herederos de Pelayo necesitarían ocho siglos, sí, ochocientos años para poder recuperar su territorio. Ese larguísimo lapso de tiempo marcó de forma importante al idioma castellano, que adoptó muchísimas palabras; eran magníficos agricultores y jardineros, así que podemos reconocer el árabe en palabras como alfalfa, alcachofa, acequia, albaricoque, algodón, azúcar, zanahoria, aceituna, naranja, alhelí, azucena, azahar. También tenían muchos estudiosos y sabios que permearon el castellano con vocablos relacionados con las ciencias, como álgebra, alcohol, cifra, jarabe, azufre, alquimia o alambique. Varias palabras de guerra como alcázar, alférez, tambor, jinete, atalaya, hazaña son arabismos. Y muchas palabras que usamos en el día a día como albañil, alcoba, tabique, alcantarilla, azotea, azulejo, alfombra, taza, almohada, tarima, albornoz.
A pesar de ello, en el Tesoro de la lengua castellana o española escrito por Sebastián de Covarrubias y publicado en el año 1611, (siguiendo las Etymologiae, de San Isidoro de Sevilla, escritas en el siglo VII, pero que habían sido escritas en latín, el Tesoro de la lengua castellana o española es el primer diccionario general monolingüe en castellano, es decir, es el primero en que la palabra en castellano se define también en castellano); a pesar de ello, decíamos, Covarrubias escribe para iniciar la entrada correspondiente al profeta Mahoma la siguiente frase: «que nunca hubiera nacido en el mundo».
Durante la dominación árabe de la Península Ibérica y en la zona de dominio árabe se habla el mozárabe, un latín evolucionado con muchos términos árabes. Es en esta lengua en la que se escriben algunos de los versos más hermosos, las jarchas: dos, tres o cuatro versos, de tema amoroso, que se insertaban al final de las moaxajas, poemas árabes y hebreos. Las primeras jarchas que se han encontrado son del siglo XI, contemporáneas de las Glosas Emilianenses, aunque al parecer comenzaron a componerse en el X, mientras en el norte se escribían cosas como la Nodicia de Kesos.
Una de las jarchas más conocidas en la siguiente: “¡Tant’amare, tant’amare,/ habib, tant’amare!/ Enfermiron uellos nidios/ ya duelen tan male”. Cuya traducción sería, “¡Tanto amar, tanto amar,/ amado, tanto amar!/ Enfermaron (mis) ojos refulgentes/ duelen con mucho mal”.
Y es precisamente la poesía lo que se nos ha conservado también del primer castellano, la poesía, en un principio oral, era la forma de difusión de esta lengua romance, el castellano, que estaba dando sus primeros balbuceos. En los siglos X y XI los juglares iban de castillo en castillo cantando y contando las hazañas heroicas de los señores y las aventuras de los héroes, aliñándolo todo con historias de amor entre caballeros y hermosas damas. Estas historias, los cantares de gesta, que solo más tarde fueron puestas por escrito, son anónimos, es decir, no tienen autor conocido, están hechas en verso y estaban destinados a ser cantados o recitados.
El texto más antiguo que se conserva en castellano de este tipo es el Cantar de Mio Cid, que seguramente fue transcrito a finales del siglo XII o principios del siglo siguiente de una copia que se escribió quizás hacia 1140 y se ha conservado en una copia del siglo XIV. Pero esta obra cumbre de la lengua castellana merece un segmento especial de La Historia Habla, así que no se pierdan la siguiente entrega en la que hablaremos del Cid Campeador y la lengua en la que fue escrito.