La clásica frase “Divide et impera”– divide y vencerás- se le atribuye al emperador y dictador romano Julio César. En ella se resume la estrategia utilizada por los ejércitos de Roma en sus campañas de conquista: para evitar la formación de frentes comunes en pueblos que demasiadas veces les superaban en números, firmaban acuerdos individuales con cada uno de los territorios sometidos. En estos acuerdos establecían condiciones y privilegios diferentes en cada caso en particular: a algunos se les concedía todos los derechos civiles del imperio, a otros solamente unos pocos; algunos pueblos recibían autonomía municipal completa, mientras que otros sólo la recibían parcialmente o no recibían ninguna. Con ésto, los romanos sembraban la envidia y la rivalidad entre los pueblos que, sumidos en peleas intestinas, no lograban unirse en contra de la República.
Seducido por la simplicidad y el poder de la frase, Maquiavelo la asume en sus observaciones acerca del poder y la convierte en “divide y reinarás”, provocando con ello que se le atribuya equivocadamente un concepto del que han echado mano personajes tan destacados como Napoleón y Churchill.
Una idea de origen estrictamente militar que, con el paso de los siglos, termina arribando a la teoría y la estrategia política con consecuencias demasiadas veces lamentables porque el acceso y la conservación del poder se convierten en la razón central del hacer político, a costa del peso de los argumentos o del valor de las propuestas. Indisponer a los ciudadanos unos contra otros, enfrentar entre sí a los distintos colectivos o echar a la mayoría de la sociedad encima de grupos particulares son las manifestaciones más ruines de esta burda manipulación ejercida por quienes sólo aspiran a eternizarse en el poder al costo que sea.
Un pueblo que no sepa sobreponerse a las diferencias que le dividen, incapaz de establecer objetivos comunes y unirse en torno a ellos, seguirá girando esclavizado en torno a los objetivos y las miras estrechas de la pequeña banda que le somete y engaña. Las cadenas seguirán intactas si los intereses particulares siguen reinando y el “interés general” continua ausente del escenario nacional.