La tragedia en la convulsionada historia de Haití se hace presente desde el momento mismo que logra sacudirse el yugo colonizador de Francia en 1804, convirtiéndose en la segunda nación independiente del continente luego que Estados Unidos lograra lo propio en 1776. Se convierte en una nación dirigida por exesclavos en medio de un mundo donde regía la supremacía blanca esclavista.
De ahí en más, han sido doscientos años salpicados de los más estremecedores eventos: la cruel y sangrienta dictadura de Francois Duvalier, el Papa Doc, seguida por la de su hijo Jean Claude, el Baby Doc. Tras la caída de la tiranía eligen a un sacerdote como presidente, Jean-Bertrand Aristide, que es depuesto antes de cumplir un año en el poder. En enero de 2010, un poderoso terremoto que alcanzó magnitud de 7 grados destruye la capital y provoca 316 mil muertes, deja heridas a 350 mil y sin hogares a cerca de 1.5 millones de personas. Y el paso del huracán Matthew, que se ensañó contra esa nación en el 2016 y dejó a su paso centenares de muertos y más de 2 mil millones de dólares en daños materiales.
Según apunta el Banco Mundial, en Haití el 60 por ciento de la población gana menos de 2 dólares diarios y el PNUD lo sitúa en el puesto 170 de los 189 que forman parte del Índice de Desarrollo Humano. A ello hay que agregar la desbordada violencia callejera donde siembran el terror las pandillas dedicadas al asesinato y a secuestrar, incluso, a niños en edad escolar y a sacerdotes. Del 1 al 30 de junio pasado, en Puerto Príncipe, la zona metropolitana se ha visto sacudida por el asesinato de 150 personas y el secuestro de otras 200; en lo que media del 1 de enero al 21 de junio de este año 30 policías fueron asesinados, frente a los 26 caídos en el mismo período del año 2020.
Desde la caída de la dictadura de los Duvalier, el país se mueve a tumbos entre la pobreza extrema, la corrupción, la volatilidad política y la delincuencia. Por ello, el ataque perpetrado la madrugada del miércoles contra la residencia oficial y donde resultó asesinado el presidente Jovenel Moise, se constituye en un nuevo elemento que agrava la inestabilidad política y social de la que es considerada “la nación más pobre” del continente. Sumidos en una crisis que se agudizó desde 2018 con violentas manifestaciones que exigían la renuncia de Moise y le acusaban de corrupción y de ejercer el mandato ilegalmente; el magnicidio- según los entendidos- deja ahora un vacío de poder que podría alimentar y agravar aún más la violencia y la descomposición social y política que impera en el país.
La desesperanza del pueblo haitiano, tras lo sucedido, cobra mayor fuerza tras décadas de sufrir la indiferencia del resto del continente, sobre todo de los organismos cuya “misión”, se dice, es velar por el orden institucional y democrático de las naciones del área. Pero, ¿qué podemos esperar si han fracasado rotundamente ante fenómenos recientes como Venezuela y Nicaragua? Haití, como es costumbre, tendrá que tomar su lugar al final de la cola. ¡Una vergüenza más para la diplomacia regional!