Entre las lecciones que se pueden desgranar de la pandemia, resalta la ausencia de una -siquiera- básica educación financiera a lo largo y ancho de la nación. Una educación financiera que brinde la capacidad a una persona de a pie de entender cómo funciona el dinero y las finanzas personales en una economía de mercado. Este tipo de conocimiento en el manejo de su dinero le permitiría al individuo tomar las mejores decisiones de gasto, ahorro y- si es posible- de inversión para garantizarse una plena calidad de vida presente y futura.
Lamentablemente, ni en la familia ni en las escuelas se prepara al joven en este aspecto que debería ser prioritario para su desempeño en el futuro. Brillan por su ausencia las instituciones que, en el presente, ofrezcan este tipo de instrucción y conocimiento, pero abundan, sin embargo, aquellas a las que conviene mantener el consumo desenfrenado alimentado por los préstamos, créditos y tarjetas de todo tipo.
A pocos días para que culmine la “moratoria” ofrecida por los bancos para supuesto alivio de sus clientes, las cifras no pueden ser más contundentes: hasta abril de este año, según reportan instituciones pertinentes, la deuda a los bancos en concepto de hipotecas, préstamos personales, préstamos de autos y tarjetas de créditos asciende a la friolera de 30 mil 789 millones 635 mil 804 dólares. Por su parte, en las financieras, cooperativas y comercios la deuda está en el orden de los 4 mil 50 millones 535 mil 282 dólares. Al cierre del pasado mes de mayo 589 mil 734 personas se acogieron a algún tipo de alivio financiero en 39 bancos de la localidad y por un monto total de 17 mil 842 millones de dólares.
Ante este escenario, resulta urgente establecer planes para educar a una ciudadanía con las habilidades y el conocimiento para construir su propia libertad financiera. Una ciudadanía que sepa administrar sus recursos económicos y que pueda alcanzar cuanto antes la autosuficiencia económica para elevar su calidad de vida y reducir su dependencia del Estado y de otros agentes muy dados a chuparles sus recursos en la mal llamada edad dorada.
“La prosperidad de la nación depende de la prosperidad económica personal de cada uno”, proclamó George S. Clason en su obra clásica de 1926 “El hombre más rico de Babilonia”; un consejo que sigue vigente en esta época en que la falta de educación financiera y los cantos de sirenas del consumo conspiran para mantener asfixiado nuestro futuro.