Los platos rotos

Señalar los inmensos daños que ha causado el covid-19 es llover sobre mojado y pecar de repetitivo. El mundo entero y, sobre todo, la región latinoamericana tardará muchísimos años en recuperarse de su nocivo impacto.

La disminución de los ingresos fiscales que ha provocado -con la consiguiente receta de préstamos solicitados para cubrir gastos de funcionamiento y para financiar la estrategia de salud en contra de la pandemia- no pudo estar peor acompañada. La corrupción y la falta de transparencia y de rendición de cuentas han sido las notas sobresalientes en medio de la hemorragia de miles de millones de dólares con la que los gobernantes de turno han empeñado el futuro de los países del área.

El aumento de la deuda ha significado un alivio temporal para afrontar la crisis sanitaria, pero también la oportunidad de oro para una clase gobernante cuyos apetitos y ambiciones exceden enormemente sus reparos éticos. Sonará inexorablemente la hora en que corresponda pagar las consecuencias de la fiesta. Y esa parranda incontrolada de unos pocos, la pagará aquella mayoría que afrontó el impacto de la pandemia sin contar con una bolsa de la cual echar mano para, siquiera, satisfacer sus necesidades más básicas.

“Las cifras están en rojo” es la primera campanada. A lo largo de Latinoamérica la resaca luego de semejante orgía de préstamos se hará sentir en el desmejoramiento- más pronunciado aún- de los servicios básicos prestados por el Estado, salud y educación entre ellos.

Y como al final de toda fiesta semejante, difusa y cargada de excesos, la mayor parte de los participantes- cuyos bolsillos la pagaron- despertarán al día siguiente sin cuentas claras sobre qué fue lo que se pagó ni cuánto. Se verán obligados a trabajar más duro para cumplirle las cuotas al prestamista mientras son testigos que la fiesta, inexplicablemente, continúa para algunos pocos que estimularon y llevaron la batuta en el derroche inicial.

 

 

 

 

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